lunes, 14 de marzo de 2011

El Ángel Exterminador y La Terraza

EL ÁNGEL EXTERMINADOR (1962) de Luis Buñuel
LA TERRAZA (1963) de Leopoldo Torre Nilsson


Náufragos del salón
Después de una noche en la ópera un grupo de burgueses mexicanos marchan a la mansión de uno de ellos (Enrique Rambal). Luego de cenar, llega la madrugada y se relajan escuchando la interpretación de Blanca de una sonata para piano. Más tarde ningún invitado desea marcharse, así que los hombres se desabotonan las camisas y las mujeres aflojan sus vestimentas, disponiéndose a dormir en la estancia. Por la mañana desayunan y siguen sin querer marcharse, hasta que se dan cuenta que en realidad nadie quiere irse porque no pueden hacerlo, por más que las puertas permanezcan abiertas y las ventanas también: ningún invitado es capaz de abandonar la casa, es algo que supera sus voluntades. El tiempo pasa, los días y las semanas, la comida se termina, el agua escasea y los personajes son presa de enfermedades, hostilidad, histeria y debilidad; quienes en un principio eran personas de alta sociedad, comienzan a degradarse hasta convertirse en simples seres humanos un poco más elevados que los animales. Uno de los invitados (Antonio Bravo) fallece y los demás acomodan el cadáver en un aparador. Beatriz y Eduardo (Ofelia Montesco y Xavier Masse), una joven pareja de novios, deciden acabar con todo y se quitan la vida encerrándose en un armario. En la culminación de esta vorágine de locura, aparecen unos corderos, que son atrapados por los burgueses, sacrificados y asados con un fuego alimentado por el parquet del piso del salón. ¿Qué solución lógica puede tener un problema cuya génesis no es lógica? En un momento un personaje sugiere que el responsable de todo debe ser el dueño de casa, Nóbile. "Muerta la araña, la tela se deshace" acota una de las cautivas. La ausencia de la servidumbre (que abandonó la propiedad la noche inicial) también es causa de sospecha. La noción de sacrificio humano, acompañada de canibalismo, se hace insoportable no por las connotaciones sino porque nada asegura que tras acometer semejante bestialidad, los "Náufragos de la Calle Providencia" puedan salir al exterior.

Náufragos de la azotea
La trama se nos introduce con la pequeña Belita (no confundir con la actriz americana de los años '40 y '50), que se encarga de hacer los menesteres del hogar y también de llevar bebidas y alimento a un grupo de jóvenes que deciden apropiarse de la terraza del edificio donde viven algunos de ellos para pasar una tarde de sol y piscina. Tras un incidente que sirve para presentarnos el tipo de aburrimiento que afrontan los muchachos (se infiltran en un parque donde un grupo de la colectividad judía baila y está por dar un gran almuerzo y les orinan la parrilla), se instalan en la mentada terraza y se dedican a holgazanear cual "playboys". Las chicas no se quedan atrás, y Claudia (Graciela Borges) organiza el juego de la "canoa" en que cada participante arroja a sus compañeros al agua aduciendo un motivo banal o caprichoso. Estos jóvenes no tienen ningún empacho en prejuzgar a sus amigos. Por ejemplo, Claudia (Graciela Borges) habla sobre Alberto (Héctor Pellegrini) y dice:
"El mundo está lleno de Albertos con menos problemas y más divertidos"
La impasibilidad ante los problemas de la actualidad es su rasgo.
Claudia: "¿Leíste lo que dijo Alsogaray?" (ministro de economía de la época) "Lo único que nos salva son las divisas".
Alberto: "Pero con ese tren no pasás el invierno, nena".
Se trata de un coletazo del conflicto del tiempo libre que la revolución industrial dejó a generaciones enteras de seres humanos. ¿Por qué invertir el tiempo en algo productivo si no mejorará la situación que ya está asegurada por la estabilidad lograda por sus padres? Cuando los mayores intentan desmantelar el "happening", los jóvenes se rebelan y una de ellas (Marcela López Rey) amenaza con arrojarse al vacío si siguen molestando la diversión. El método funciona y los mayores se retiran con lo cual, idénticamente como pasa en el presente con innumerables protestas extorsivas, por la noche deciden hacer guardias de una hora en la cornisa de manera que el resto pueda seguir pasándola bien sin intromisión de los adultos. ¿Qué tan lejos están de provocar una tragedia?


Sufrir aislamiento o aislarse
Parece un chiste, pero entre más necesidad tenemos de generar un cambio que equilibre la balanza de las injusticias, más injusticias fomentamos. La burguesía, que supo rebelarse frente al despotismo de la aristocracia, ahora se ha convertido en una nueva aristocracia que si bien no abusa, ejerce un suave tiranía contra las clases inferiores. Como castigo, Luis Buñuel encierra a algunos especímenes en la suntuosa casa de uno de ellos y los obliga a quedarse allí hasta las últimas y animalizantes consecuencias. El tiempo ha pasado y los jóvenes ya no se ven obligados a seguir la égida de sus progenitores. Ahora pueden ejercer otros oficios, estudiar, amar a quienes desean o simplemente no hacer ninguna de estas cosas y vivir a costa de su familia. Sin embargo, no quieren que sea evidente esa dependencia y se comportan de la manera más rebelde posible sin que ese lazo de confort corra riesgo de romperse. Es así como Torre Nilsson parapeta a un grupo de estos jóvenes en la terraza de un edificio con la intención de quedarse ahí un día y una noche enteros. A tomar sol y a tomar luna. A disfrutar de la música, el alcohol y la piscina. Y son ellos mismos que, en su afán de rebeldía, tocan un fondo aberrante y desencajado.


Enlace
Desde que Cromañón prosperó y Neanderthal pereció, la urgencia del cambio ha formado parte esencial del ser humano así como también la necesidad por conservar la situación actual. Infinidad de películas, salteando siglos de historia universal, expusieron casos, personajes y conflictos que marcaron el antagonismo entre los partidarios del cambio y los partidarios del no cambio. Pero, ¿por qué quedarse en la misma situación de injusticia y desigualdad, si con un poco de voluntad y esfuerzo - y algo de sangre de quienes no quieren cambiar - se pueden obtener mejor pasar para todos? O bien, ¿por qué cambiar, si bien sabido es que el cambio no trae igualdad para todos, sino para algunos y que el cambio convierte al oprimido en opresor? Si no puede haber justicia y equilibrio en un grupo de adultos como el reunido en la calle Providencia o en un grupo de jóvenes en la Terraza, ¿por qué vamos a esperarla en una sociedad masiva compuesta por esos adultos o esos jóvenes? ¿Funcionan estas instantáneas como miniaturas del comportamiento humano? Dependiendo de su respuesta particular, está su fe o escepticismo de ese ser elevado (o plaga) que puebla (o infesta) el mundo.

Darío Lavia

Dedicado a Buñuel y a Torre Nilsson.

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