martes, 20 de septiembre de 2011

Submarino Amarillo y Crónica de un Niño Solo

Submarino Amarillo

Este díptico está previsto para ser leído con la Suite Pepperland de George Martin como cortina musical, volumen 50%

En Peperland todo está bien. Los niños juegan al son de la música de los mayores, quienes se cortejan y amigan gentilmente entre ramos de flores y sonrisas angeladas. De fondo y bien arriba, un arco iris preside sobre un cielo pleno y celeste.

Pero el mal acecha. Malvados azules atacan portando un arma letal: un puño enguantado azul y gigantesco que se dispone a aplastar los monumentos y las plazas con sus glorietas al tiempo que arrojan bombas - burbujas que se roban el color de los paisajes y congelan a sus habitantes.

El alcalde de Peperland le ruega al almirante Fred que tome el viejo submarino que se encuentra encallado en la cima de una pirámide y vaya por la ruta de los ancestros a buscar a los únicos que pueden rescatar lo poco que queda y devolverle a la gente sus colores, sus juegos y su música.

Fred y el submarino parten sin rumbo preciso. Recalan mágicamente en Liverpool donde la gente vive gris de abatimiento sin que esto pueda achacársele a villano alguno en particular. Recorriendo sus calles al son de las sirenas y de las chimeneas, lo encuentra a Ringo. Y de un modo natural, medio cantando y medio volando, hará lo propio con John, Paul y George quienes junto al propio Fred integrarán la tripulación del Submarino Amarillo.

Durante la jornada del viaje encontrarán falsas tortugas, tazas de te y teteras gigantescas que juegan sin la mano de ninguna niña, pero… ¡cuidado! Que también hay un “ser aspiradora” que se consume lo mejor que tenés y te tira todo el tiempo para atrás. De hecho, el submarino es aspirado por este abominable engendro y ahora se desplaza en el vacío: ni entre la tristeza de Liverpool ni entre una Peperland congelada y agrisada, ni siquiera en el mar de los seres inconcebibles. En el vacío.

Pero estos cuatro amigos tenían todo lo necesario para enfrentar cualquier situación: se tenían a ellos mismos.

“Todo está en la mente” dice John. Y como el mismísimo razonar a veces asume tonos agresivos (favor de repasar aún sus pensamientos más íntimos), quizás lo mejor sea darle a la mente un buen descanso y un despertar a un nuevo uso bien distinto. Es fácil. Se trata de cerrar los ojos y de volver a abrirlos. Pero esta vez no para juzgar a otros ni a nosotros mismos. Nada hay por asimilar ni por enseñar. Nada es más valioso ni más urgente que el vivir. Es cuestión de no llevar equipaje, ni dogmas ni historias y dejarse llevar, dejarse fluir, confiando en uno mismo.

(Ya Lope de Vega nos había convidado a este banquete impostergable de andar con nosotros mismos sin libros en donde escondernos; Carrol, algo más condescendiente, admite a duras penas los libros, pero solo aquellos que tengan dibujos).

(Este “vacío” viene medio cargado don Flores. Tenga la gentileza de retomar el hilo de la narración). Es justamente en este vacío en donde se encuentran justamente con el “Hombre de ningún lugar”, un ser desquiciado por tantas lecturas, mareado por girar en círculos todo el tiempo. Lo suman a la tripulación: también alguien como él puede cerrar los ojos y volver a abrirlos.

Pero una torpeza de este Personaje retorcido les hará perder el submarino. Quedarán varados en una playa de cerebros que se recuesta… en el mar de los hoyos.

Estos hoyos no figuran en ningún libro ni mapa, por lo que el Hombre de Ningún lugar no acierta a comprender su naturaleza. Pero de algún modo y de tanto entrar y salir por tantos hoyos, nuestros amigos llegarán a Peperland...

…justo a tiempo. Los malvados azules con su ejército de turcos mordientes, de payasos mudos, de “hombres catapultas” que arrojan manzanas verdes letales sobre las cabezas de las personas y sobretodo con el guante gigante, están destruyendo la naturaleza y esencia de Peperland, adocenando a sus habitantes. Ya no hay música ni cortejantes. De los ojos de una niña peperlandesa brota una lágrima rebelde.

El alcalde, reanimado por la llegada de nuestros Beatles y del viejo Fred quien aparece de repente con su submarino amarillo, concibe un plan revolucionario de reconquista: como estos cuatro amigos son bastante parecidos a los integrantes de la banda del pueblo, la banda de los corazones solitarios del Sargento Pepper, los hará disfrazarse y tomar su lugar para que todo peperlandés recuerde aquellas cosas que los hacían tan felices.

Y una canción fue suficiente para volver todo a como era en el principio. La vida es una gran torta de cumpleaños. Pero no te la comas sin compañía, ¿eh?

Crónica de un niño sólo

Haciendo uso de toda su fuerza, su destreza y su coraje, Polín logra escapar del Patronato en medio de una noche como tantas. Corre al límite de sus posibilidades (¡cómo extraño hacer eso!), agitado, excitado, acariciando un tesoro puntual y bien ganado: el de la fuga propia y sin ayuda. Contárselo una y mil veces a sus amiguitos del Orfanato será sin dudas un deleite reservado para unos pocos, Polín entre ellos.

Ya volvería al Orfanato a recibir su recompensa. Pero ahora está corriendo y alejándose del único lugar donde duerme al resguardo de la policía y recibe comida. Corre sin saber que tiene energías como para cambiar un mundo entero, destreza y voluntad como para darlo vuelta todo; y sin embargo vive y vivirá preso de su propia suerte. Polín sabe perfectamente de que se trata todo esto. Sabe todo lo que tiene que saber.

Se detiene al fin, lejos del alcance de cualquier brazo. Las luces de una vidriera le muestran algo que para su suerte le estará vedado. No tiene necesidad de nada de lo que está mirando. Adornos fru frú para una casa de muñecas sin vida.

Sube a un colectivo y siente esa fuerza que lo lleva a lo suyo e inexorable. Un hombre mayor está durmiendo. Sólo hay que arriesgar un poco y dejarse fluir. Y ya está. Ya hay comida asegurada por unos días.

Al volver a la villa encuentra que todo está como lo había dejado. Al amanecer lo vemos tirado cara al cielo fumando un resto de cigarrillo negro. Eso lo seda, lo transporta. Le da por cantar en inglés.

Esa tarde, yendo Polín junto con un amiguito al río, ocurre lo que no queremos ni imaginarnos. Pero ocurre. Polín grita y se desahoga en el vacío. A su amiguito lo abusaron. Fue una pandilla de pibes que alguna vez olvidarán esto o lo deformarán en sus recuerdos hasta que no quede ni vestigios de algo vergonzante. Construirán sobre estos escombros. Polín lo hará sobre los del olvido. Su amiguito también. Y se sigue hacia adelante.

Son esferas. Cada etapa de la vida representa una esfera independiente de las otras. No se sabe bien qué pasa por la cabeza de un anciano o de una mujer muy fea, o de un niño. Podemos adivinarlo, pero es sólo eso. El “toque” se ha quedado en el pasado, en la esfera de nuestra niñez.

Pero los adultos interfieren en las esferas abusando de su autoridad. No comprenden porqué su esfuerzo se diluye o se torna infructuoso, y les irrita el verse desautorizados sin importar lo que convenga o no a un niño o a un anciano. Quien dice que alguna vez también haya sido abusado cuando niño, y que su modo de cerrar aquel capítulo sea el destruir todo lo verde, lo que crece. Toda estructura moral endeble suele ser agresiva y autoritaria, con un alto y deformado sentido de la justicia.

Polín volverá al Orfanato. Pero ya no será el mismo. Ahora tiene algunas cosas valiosas para contar y otras para olvidar.

Enlace

Ni Polín ni John, Paul, George ni Ringo cargan con el lastre de los libros, de las culpas, los odios ni el de las insatisfacciones propias o las heredadas. A su manera, entienden el simple hecho que la vida es inexorable, y que es mejor asumirla con armas fieles y conocidas –la imaginación, el instinto de supervivencia, la canción, el histrionismo, la picardía, el ir “orejeando” el naipe de la vida como hacía Chaplin- que el ajustarlo todo a un ideal de vida, a la memoria construida de vaya uno a saber quien, a premisas y doctrinas que no aseguran ni siquiera un simple plato de sopa a nadie (no al menos en esta vida).

Polín también tiene su submarino amarillo: Un caballo de alquiler viejo y flaco de su amigo Fabián. Con ése caballo Polín no necesita absolutamente más nada para vivir lo que se le presente siendo rey dentro de su propia cáscara.

Nadie ni nada eximen ni a Polín ni a los cuatro Fantásticos del sufrimiento, de la injusticia o siquiera de lo meramente desagradable. No importa. La receta es la misma: Un submarino y la amistad genuina alcanzan para vivir en Peperland.

Pero si Usted ya comió del fruto del árbol prohibido, no le queda otra que huir hacia adelante.

Para quien ha entregado su alma a superarse a sí mismo, quizás un día de éstos lo termine logrando. Es increíble con qué cosas tortuosas nos estimulamos y premiamos los mortales que alguna vez soñamos con visos de inmortalidad. Y si ya emprendió este camino, no lo abandone. Quizás Usted y yo podamos contribuir en algo a que los niños como Polín, su hijo o el mío, encuentren lo que necesitan para desarrollarse por sus propios medios, con su propia música.

Patricio Flores

A los adolescentes del siglo XXI, a don Leonardo Favio y a Los Beatles: Gracias.

Este díptico, al igual que Submarino Amarillo no tiene nada de inocente. Tampoco de malicioso. Sólo intenta hacerte reír de vos mismo. Y eso, está bueno.

Extras del Díptico
Entrevista Leonardo Favio, gentileza Raro DVD:


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