lunes, 17 de julio de 2006

Drácula y Superman

DRACULA (Drácula-1958) de Terence Fisher
SUPERMAN (Superman-1978) de Richard Donner

Difícil que si ud. está leyendo este díptico no conozca el argumento del clásico, típico y querido Drácula de la Hammer de los años '50. Es una película en colores llamativos, tiene algo de suspenso, algo de acción y diálogos y actores estilo inglés. Su director, Terence Fisher, está considerado como uno de los más hábiles realizadores de cine fantástico británico (y no solo por mí, sino vean la columna Terror Universal de esta quincena). Sus dos protagonistas, Peter Cushing y Christopher Lee son dos luminarias del género... uno está muerto, pero si no lo estuviera, seguramente, seguiría trabajando (como hace hoy en día, el que sobrevive de ambos). Pero basta de halagos, y vamos a lo escencial de la historia, que incluye un vampiro oriundo de Transilvania que toma un especial gusto por la sangre de varias doncellas británicas de la época victoriana que no son bien custodiadas por sus varones. De esta manera Drácula realiza un viaje que lo lleva lejos de su patria, que, según se aprecia, está bastante seca y derruida, al contrario de las jugosas damas con las que tiene ocasión de entreverarse. Claro, Drácula bebe la vida de sus víctimas. Pero si así no fuera, si solo se dedicara a robar virginidades, igualmente sería perseguido por Van Helsing, ya que su crimen sería igual de oprobioso. Imagínese que este Drácula benigno fuera vecino suyo... imagínese en una junta vecinal con otros maridos o padres iracundos por la acción del ladrón de féminas. ¿Como votaría ud.? ¿Vida o muerte? Van Helsing lo único que hace, entonces, es tomar la iniciativa de los protagonistas varones, y trata de estacar al villano (bueno, no voy a hacer ninguna observación sobre la metáfora fálica de la estaca), ya que es sabido por todos que para matar a un vampiro se requiere atravesarle el corazón con una estaca de madera. Y la impresión es que Van Helsing no comanda un grupo de cristianos dignos escudados tras el crucifijo y el agua bendita, sino una horda de puritanos con ardores de envidia por el gringo.

SUPERMAN nos ofrece la historia de otro gringo, esta vez oriundo de Kryptón un planeta tan perfecto y tan virtuoso cuya destrucción a través de una catástrofe generalizada (que solo permitió el escape de un pequeño cohete que transporta un bebé) es un auténtico acto de justicia. Esta historia, vertida con mano maestra por el director Richard Donner, tiene todos los ingredientes del romance y del drama de la doble personalidad. Ahí tiene ud. a Clark Kent, el tipo provinciano con peinado de "salame", falto de experiencia y perfecto fracasado que jamás consigue ninguna buena nota o fotografía. Pero, de manera secreta, esta misma persona encarna todos los sueños ocultos e ideales del varón, es decir, fuerza, autoconfianza, decisión y atractivo ilimitados, que se traducen en virilidad, éxito, pasta de campeón y cabellera tupida, es decir, casi todo lo que las mujeres buscan en un tipo. Un hombre así claramente no podría ser de este mundo, y Superman por supuesto, no lo es. Un hombre así puede tener a cualquier mujer a sus pies, y de hecho, la compañera de trabajo inalcanzable, Lois Lane, es una de las que cae a sus pies. Claro, Superman, al no ser humano, tampoco tiene esas necesidades que acosan a Drácula, que si bien tampoco es humano, al menos es terrestre. Superman es el modelo de perfección humana que no es humano, a pesar de experimentar sentimientos humanos. Superman no podría vivir normalmente entre seres humanos, ya que su perfección lo condenaría a un final similar al de Drácula. Quizás por eso asume el rol de "Don Nadie", que le permite coexistir con el resto de los mortales e incluso pasar desapercibido. Sin embargo, sus breves acciones como superhombre le proporcionan, tal y como Drácula, un némesis, encarnado por el humano Lex Luthor. El problema de este muchacho, también provinciano, no pasa por la maldad ni por los planes de conquista mundial, sino tal vez por el complejo de inferioridad que le produce su pronunciada calvicie. Así es como, al igual que Van Helsing, se nutre de su "crucifijo" (es decir, los trozos de kriptonita que provocan la inmediata ausencia de poderes de Superman), y trata de destruir al ideal del Ser Humano encarnado por ese hombre enfundado en una gran "S", que para todos implica "Superman" pero para Luthor tal vez signifique "Soso".

En fin, los desenlaces de las historias son bien conocidos por todos los aficionados al cine fantástico. Drácula si bien no termina empalado por su perseguidor, sufre la muerte por "volatilización solar", y Superman, que logra recuperar sus fuerzas luego de un baño de kriptonita (gracias al favor de una rubia, imagínese), repara un gran desastre que hace colapsar un tercio de los EE.UU. y da marcha atrás al tiempo para evitar la muerte de su compañera de trabajo de la que está enamorado. ¿Porqué los finales de estos dos trágicos son tan disímiles? Tal vez si Drácula no fuera eslavo y si no tuviera sus mañas, o si Superman en vez de caer con su cohete en una granja de Villachica, hubiese impactado en Vladivostok... tal vez otro habría sido el final.

Darío Lavia

martes, 4 de julio de 2006

Torbellino, La Mansión de la Locura y Ed Wood

WHIRLPOOL (Torbellino-1949) de Otto Preminger
LA MANSIÓN DE LA LOCURA (1972) de Juan López Moctezuma
ED WOOD (Ed Wood-1994) de Tim Burton

Nuestro recorrido por esta telaraña que es el cine se inicia en los años '40, ponzoñoso blanco y negro, con aroma a humo de cigarrillo y problemas a la vuelta de cada esquina. Si ud. saca un seguro de vida, asegúrese de que entre las cláusulas figure "herida de bala" y "traición por una mujer fatal" (recuédelo, saldrá beneficiado). Puntualmente nuestra primera película, WHIRLPOOL, está auspiciada por David Korvo (un destacado José Ferrer), que es un adivino con múltiples conexiones con la farándula, necesitado de grandes dosis de dinero, que obtiene a cambio de sus "predicciones" no de manera directa, sino, arteramente, de manera indirecta. La famosa frase "la primera se la regalamos, la segunda se la vendemos", cobra aquí una significativa importancia. Korvo, como su nombre lo indica, es un ave de rapiña, tan malvado en el interior como atractiva su apariencia y seductora su conversación. Sus poderes de seducción se extienden sobre una mujer (la otrora "Laura" Gene Tierney) cuyas facultades intelectuales están bajo la bruma de la insanía: la cleptomanía de la que es secreta víctima la pone a merced del Cuervo, que la hace ver que su matrimonio con un famoso psiquiatra (interpretado por Richard Conte) es un fracaso debido a que, inconscientemente, ella lo ve como un padre al que le oculta sus "travesuras".

Pasamos a los años '70... o mejor dicho, al siglo XIX, en el que un supuesto doctor (Claudio Brook, en una de sus horas más maléficas), es amo y señor de una impresionante edificación conocida como LA MANSIÓN DE LA LOCURA, o, si ud. lo prefiere THE MANSION OF MADNESS (la película se filmó originalmente en idioma inglés). En el lugar funciona un colosal asilo para lunáticos y un periodista (Arthur Hansel) acude en son de visita informativa (sus motivos son tan poco importantes que difícilmente alguien se lo acuerde). Ni bien llega, es recibido por el buen doctor, que le muestra la mansión explicándole que su novísimo método de tratamiento de la locura, el "método de benignización", consiste en permitir que cada paciente lleve a cabo su fantasía. Por supuesto, no todos los pacientes se comportan de manera "civilizada", o al menos, que permita la convivencia. Así que, ciertos "revoltosos" son conducidos a los sótanos... catacumbas infernales donde se ven abominaciones abominadas. Un anciano famélico, encadenado, se hace llamar "Dante", y pregona una y otra vez: "perded toda esperanza vosotros, que cruzáis esta puerta". ¿Se tratará de eso la locura? Superando en maldad a Korvo, el doctor es realmente un ex paciente que ha tomado control del asilo y hecho encerrar al director del manicomio y totalidad de enfermeros.

Llegamos a los años '90, o bien, a los primeros '50, en que está ambientada ED WOOD, esa gran película de la que muchos felices espectadores nunca se han atrevido a ver las fuentes de inspiración (es decir, las películas del auténtico Edward D. Wood Jr., discreto director clase B de los Estados Unidos). Hollywood en los años '50 es un gigantesco manicomio, un poco más grande que la Mansión de la Locura. En sus "sótanos" se mueven toda clase de productoras y directores que luchan por figurar aunque sea entre los complementos de clase B. Los Edward L. Cahn, los Harry Fraser, los Bert I. Gordon, son "pacientes" que lo han conseguido a fuerza de oficio y trabajo parejo. Ed Wood es un joven director (interpretado por el todo terreno Johnny Depp) que trata de vender sus delirantes ideas a los productores. Wood tiene una pequeña dosis de chispa divina, que le lleva a imaginar las historias más exacerbadas, siempre teniendo la mira en la repercusión de taquilla y en dar al público lo que este quiere ver. Wood no es un villano, pero ocupa este díptico por la única razón que es un demente. Y se rodea de locos: tiene bajo su égida a un veterano loco (Martin "Bela" Landau), a un wrestler (un calco de Tor Johnson llamado George "The Animal" Steele), a un astrólogo televisivo (Jeffrey "Criswell" Jones), y siguen las firmas. Con esta troupe filma una película que, por supuesto, es un fracaso, pero al menos aparece en los diarios y es anunciada por los medios. Wood sigue haciendo películas con y para dementes; películas que son abiertamente demenciales, patrocinadas por dementes y dirigidas a dementes. Pero la demencia no vende, ya que los consumidores (que son enfermos mentales) no se reconocen a sí mismos como tales, y, por esa razón, solo consumen películas dementes que no se reconocen como tales. En su candidez, Ed Wood fracasa de manera rotunda, una vez tras otra.

¿Cómo se resuelven estas historias? Simplemente, dejando que los dementes caigan por su propio peso. Korvo, en su afán de dinero, mata a una mujer, manipula a la protagonista y a su marido, incluso a la policía, siembra una pista falsa, y es atrapado in fraganti por una casualidad. Una bala del policía de turno (el veterano Charles Bickford, siempre con peinados estrafalarios) le hace adjudicatario a una vacante en el cementerio. Fragonard, intentando extender su poderío demente fuera de los límites del asilo, es muerto por el pistoletazo certero de una jovencita (Mónica Serna), que trunca sus planes, aunque también se da el lujo de morir en su propio trono (y con uniforme militar de etiqueta). Tal vez su cadáver fuera enterrado en una fosa común junto a otros. Por último, Ed Wood también muere. Muere luego de hacer trabajar post mortem a su actor fetiche, el viejo Bela. Aunque su cadáver no es enterrado, sino que sigue muriendo mientras filma abominación tras abominación hasta niveles insospechados. Misericordiosamente, la película se detiene en el momento del estreno de PLAN 9, la última de Bela. Porque el cine es la ensoñación de un loco. Y los locos están detrás de cámaras, pero también impresos en celuloide y cómodamente sentados en butacas.

Darío Lavia

(Dedicado al propulsor de lo fraguado en las películas)

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