domingo, 16 de septiembre de 2007

Mala Mujer y Donde Mueren las Palabras

SCARLET STREET (Mala Mujer-1945) de Fritz Lang


Historia de un pintor

No parece haber evidencias de que el director Fritz Lang tuviera mayores indicios sobre la cultura del tango. Sin embargo, su filme SCARLET STREET, conocido en Argentina como Mala Mujer y en España bajo el más revelador de Perversidad, posee una sumatoria de lugares comunes que letristas como Vaccarezza y Diez (como veremos en breve) inmortalizaron. La trama de la película se inicia con un maduro empleado de una financiera llamado Christopher Cross (Edward G. Robinson) que inicia su vía crucis la noche que asiste a una cena y es agasajado por su jefe (Russell Hicks) con un reloj de cadena. Al salir se encuentra con la Mala Mujer del título (Joan Bennett) a la que salva de un bellaco (Dan Duryea) que en verdad es su propio cafiolo. Por supuesto, Cross queda prendado de la joven y ese será el inicio de una trágica relación que incluirá todo tipo de vejámenes para nuestro enamoradizo protagonista.

Luego de darle ingentes sumas de dinero, le alquila un apartamento para utilizar como estudio de pintura (Cross es un pintor dominguero); más tarde consiente que ella le venda sus cuadros afirmando ser la autora; hasta que finalmente se topa cara a cara con la realidad cruel y enfermiza, reaccionando como haría Edmundo Rivero...

(...)
Y luego, besuqueándole la frente,
con gran tranquilidad, amablemente,
le fajó treinta y cuatro puñaladas.
(Amablemente, Edmundo Rivero e Iván Diez)

Pero claro, la película no concluye ahí sino que sigue el itinerario del protagonista, el proceso judicial por asesinato y el ajusticiamiento del cafiolo (con una increíble sumatoria de pruebas que lo condenan). Como diría Vaccarezza...

(...)
¿Qué te importa si la paica
del bulín se te fugó
y te traicionó el amigo
y la timba te secó?
Si el destino, que es criollazo,
justiciero y vengador,
ya ha de darlos contra el suelo
a la ingrata y al traidor...
(...)
(Otario que andás penando, Alberto Vaccarezza)

Y tal como reza el tango, Cross se pierde en el horizonte de pavimento, convertido en un homeless y penando por siempre el remordimiento de haber dado muerte a dos personas. Telón.

DONDE MUEREN LAS PALABRAS (1946) de Hugo Fregonese


Historia de un pianista

Un anciano ácido (un Enrique Muiño caracterizado como Rotwang, aquel inventor de Metrópolis de Fritz Lang) es un mero ejecutante de timbal en el teatro del pintoresco Carlo Carletti (Italo Bertini), donde se ofrecen obras interpretadas por una espectacular compañía de títeres. El creador de los títeres (Héctor Méndez) pretende utilizar su rostro para esculpir un nuevo personaje, pero el viejo se niega rotundamente, alegando que es un criminal y que no desea que miles de personas vean su rostro. Peor cuando el artista le pregunta si puede copiar el rostro angelical de una joven cuya fotografía el anciano oculta en un cofre... ¿Qué mejor que ilustrar este segundo tango-filme con letras de Homero Manzi, co-autor del guión de la película, junto a Ulises Petit de Murat?

(...)
Yo te quise esconder en el cofre de un vaso y cuidarte.
Pero has muerto y entonces te hice mi afán.
(La Mariposa y la Flor, Homero Manzi)

Reducido a sereno nocturno, permite el ingreso de un joven aspirante a pianista (Darío Garzay) para que practique bajo su tutela. Nace una relación paternal y el anciano explica no solo la técnica sino la filosofía del arte y de la vida, hasta que se revela la verdad: el viejo fue un famoso compositor y director de orquesta que arregló la 7ma. Sinfonía de Beethoven para un ballet que sería protagonizado por su debilitada hija (Linda Lorena), de cuya posterior muerte en escena, se culpa.

(...)
Y gritaré para vivir...
como si huyera del recuerdo
en arrepentimiento
para poder morir.
(Después, de Homero Manzi)

Cuando Garzay descubre esta historia, ya es tarde, y el anciano yace muerto junto a la muñeca que representa a su hija. Segundo telón y pasamos al enlace.


Enlace

Enlazar las películas no resultaría sencillo si no fuera por el sentido "tanguero" que predomina en la construcción de ambas tramas. Tenemos a un Edward G. Robinson y a un Enrique Muiño similares en cuanto al descenso progresivo de vida, tanto laboral como espiritual. Robinson, bajo la figura del "otario" engatuzado por la típica "mala mujer", llega al crimen pasional bajo una combinación aleatoria de circunstancias negativas que solo podrían tener lógica en el contexto de un tango. Entretanto, Muiño, que vive tratando de olvidar su trágico pasado (el cual le sale al encuentro casi en todo momento), llega a la auto-destrucción de manera igualmente aleatoria. La vida parecería ser una combinación de momentos buenos y amargos. Pero para la construcción de un buen tango es indispensable la sumatoria de estos últimos, los cuales abundan en ambas películas. Y tanto los personajes de Robinson como Muiño podrían verse identificados con el siguiente verso.

¡Ya no estás!
Y el recuerdo es un espejo
que refleja desde lejos
tu tristeza y mi maldad.
(Fruta amarga, de Homero Manzi)

Darío Lavia

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