viernes, 26 de diciembre de 2008

El Sabor de la Sandía y Juana de los Ángeles

TIAN BIAN YI DUO YUN (El sabor de la sandía-2005), de Tsai Ming-Liang
“Después de todo tú eres / la única muralla / Si no te saltas nunca darás un solo paso” (Luis Alberto Spinetta, “La búsqueda de la estrella”)

Lee es un joven actor de películas porno, y Chen es una joven guía de museo. Ambos viven en un mismo edificio, en una ciudad taiwanesa azotada por una sequía brutal, que obliga a cada ciudadano a salvarse como pueda. De un acuerdo entre Gobierno y productores se llega a imponer a la sandía como un sustituto eficaz del agua para la sed y los calores. Pero para la higiene y otros usos no había alternativas. Cada cual debía autoabastecerse de agua a como dé lugar.


Con el tiempo y persistiendo las sequías, la sandía irá ganando un espacio entre las discusiones políticas, sociológicas, religiosas y filosóficas… e incluso, irá asumiendo aspectos y roles novedosos, banales, impensados y hasta estúpidos (según el tamaño y el color de la sandía, era una muestra del carácter de quien la comía, por ejemplo).

Lee y Chen se conocen y se enamoran, pero… Lee no puede corresponder sexualmente al amor de Chen. No es tan fácil: su sexo es una herramienta de trabajo, no una natural expresión de sus sentimientos. Debido a su falta de erección, Lee huirá de Chen, confinándose a sus lujuriosos asuntos y despojado de toda esperanza de amor sincero.
Chen buscará a Lee y lo esperará tanto tiempo como sea necesario. Las necesidades y las urgencias del amor sólo se superan con la paciencia del amor. Esta historia nos muestra en este punto que el amor es como el veneno de las serpientes, que envenena y mata al tiempo que inmuniza y cura.

Luego de vicisitudes de lo más bizarras, ambos se encontrarán y completarán la elipsis del amor de un modo que seguramente quedará en la galería de los más grandes pasajes del cine moderno.

MATKA JOANNA OD AIONLÓW (“Madre Juana de los ángeles” - 1961), de Jerzy Kawalerowicz

“Ven y toca mi puerta” (Spinetta, “Ganges”)

Bien adentrado ya el siglo XVII, la pequeña ciudad francesa de Loudun (“Laudunum” para los amantes de Astérix), aparecía como un refugio desfasado y gótico de tiempos y valores prontos a caer en desgracia bajo el largo brazo del ahora todopoderoso Richelieu. Aquí llegará un joven y ascendente párroco, el padre Urbain Grandier, con un futuro sin dudas promisorio. Pero esta misión terminaría siendo fatal para él. Grandier moriría en la hoguera acusado de brujerías y no sólo eso, sino además, de soliviantar y envilecer a las monjas Ursulinas del Convento. Hasta aquí el argumento de Los Demonios de Loudun de Aldous Huxley, cuyas serias consecuencias se desarrollan en nuestra película de la noche.

Un compañero de armas, el joven jesuita Josef Suryn, acaba de llegar al pueblo tras meses de ayuno y autorreclusión (2) para pacificar las mentes atribuladas de los lugareños, expulsar a los demonios usurpadores y, principalmente, rescatar a Juana, la Madre Superiora.

“(Los exorcistas) dicen que si alguien ve al Diablo, su fe en Dios y en la Iglesia crecen. Por eso muestran tales cosas a la gente. Como trucos de feria”, diría el Padre Brym, párroco del lugar. Aunque la propalación de tales aberraciones contrariaba el dogma católico sobre la materia, los hechos singulares del convento no podían ser ocultados al pueblo, y terminaron a la larga, por ser un bastión para la fe católica.

“¿Puede descubrir un hombre a Dios a través del Diablo?” pregunta Suryn a Brym. “Quien sabe, Padre” le contesta. “Podría no ser una mala manera. Quizás los santos llegaron a serlo así… a no ser que no haya ningún diablo allí (señalando el convento). Toda mujer está inclinada a pecar”. “Y a ser una santa” retruca Suryn. “Basta con mirar el mundo”, afirma un confiado padre Brym. “No conozco el mundo”, admite al fin Suryn, cuya vida nunca rebasaba los permisos, las reglas y confines del monasterio. Hasta hoy.

Seremos testigos directos entonces de los bailes, contorsiones, blasfemias, impudicias y provocaciones fruto del diabólico dominio a que tanto Juana como sus monjas se hallaban sometidas. También veremos a cuatro expertos exorcistas –más el Padre Suryn - intentando arrancar a los demonios (ocho en total) del cuerpo de las desdichadas monjas (3).

Encuentro con el rabino

“Yo te entrego mi rosa más negra” (Spinetta, “Nena boba”)

Los exorcismos no sólo fueron frustrantes sino que, además, terminaron por horadar el casto corazón de Suryn, sometiéndolo al influjo de la pasión que le despertara una ya irredimible Juana, y agotado ante el esfuerzo y la flagelación que diariamente se infligía por no ceder ante tal pasión, entrará en trance y en él, mantendrá una conversación con un rabino -en realidad un alter ego-.

“Quizás el problema no sean los demonios, sino la ausencia de ángeles”, diría el rabino. “El ángel de la Madre Juana se ha ido, y ahora quizás solo se tiene a sí misma… Quizás (todo esto) sólo sea la naturaleza humana”. (Al fin se introduce el criterio de “histeria colectiva” dentro del convento, para alivio de Satanás y sus acólitos).

“¿Cuántas veces cayó y se levantó el hombre?” seguía un insistente y convincente rabino. “¿Cuántas veces fue asesinado el paciente Abel por Caín? Toda la maldad perpetrada por el hombre no es comparable a toda la maldad que le atormenta”.
Al fin y al cabo, las hermanas Ursulinas eran víctimas de su propia sensualidad, exacerbada por una castidad impuesta, así como por un instigador procaz ya ajusticiado.

Suryn pregunta, el rabino responde: “¿Cómo puede (el diablo) poseerlo (al hombre)?”. “Cuando el hombre lo ama demasiado”. “¿Puede el hombre amar a Satán?” “El amor es la raíz de todo lo que hay en la Tierra. El amor es tan poderoso como la muerte”. “No aprenderé nada de vos”, sentencia Suryn. “¿Os gustaría aprender todo de una vez, en un tris? ¿Queréis conocer todos los demonios creados por el eterno Adonai y a aquellos nacidos de incontables ángeles y mujeres terrenales, aquellos que se han alzado en vuestro interior para nublaros el juicio y desposeeros de vuestra sabiduría? ¿Y aquellos que ahora están en vuestro corazón? ¿Queréis saberlo todo? Dejad que entren en vuestra alma”.

En el altar de Satanás

“Ya me estoy volviendo “canción”…barro…tal vez…” (Luis Alberto Spinetta, “Barro tal vez”)

“Yo os mostraré el camino” dice Suryn a solas con Juana. “¿Cuál camino?” responde ella. “Vos queréis que sea tranquila, sin color, pequeña, como los miles que vagan por la tierra… Verme rezando todos los días… ¿Y me prometéis la Salvación para eso? No quiero tal Salvación. Si uno no puede ser un santo, es mejor estar condenado”, dice todo esto desde el clímax de su sensualidad. “¿Sabéis lo que significa comprenderlo todo?” pregunta ahora una Juana dócil y sumisa. “Significa ser uno con la Luz Eterna y todavía permanecer en la Tierra. Estar en los altares con velas e inciensos para volver como oración en todos los labios. ¡Oh! Eso es la vida, la vida eterna. Si no… ¡Prefiero estar con los demonios!” sentencia al fin, Juana, la única.

“Volved a casa Padre Josef, idos de una vez. El viaje os tranquilizará. Volveréis a vuestra celda, a vuestros libros, y los demonios podrán abandonar vuestro cuerpo y alma”, aconseja un sabio Padre Brym.

El Padre Suryn se había decidido. Matará a dos mozos de cuadra jóvenes y puros y los ofrecerá en sacrificio ante el altar del Diablo. Consumado esto, Satanás se apoderará de él, abandonando por siempre al cuerpo de Juana, y Juana, será una Santa al fin (4).

Enlace socrático

“Hay una luz / sólo hay una luz, oh / sólo hay una luz y acaso más nada en este mundo” (Spinetta, “Pobre amor llámenlo”)

Darío: Fe, represión, fanatismo y Eros: a partir de estas cuatro variables ha venido evolucionando un ser racional en este planeta. Algunos, como el padre Josef, se sacrifican en pos de su fe fanática por la represión del Eros. En el siglo XVII, la religión es un misterio ante el cual las personas comunes se mantienen a distancia prudencial pero a su vez, según confiesa la Hermana Malgorzata, la vida religiosa ofrece a la mujer una oportunidad de escapar a la dureza y la violencia de la vida conyugal. En la actualidad, la fe y Eros siguen transitando caminos opuestos, pero ya Lee hace de su oficio de erotizar un trabajo seguro que no conlleva riesgos de hoguera, y ambas guías parvularias, tanto Chen como Juana, ante una misma irrupción de Eros en sus vidas, sufren y afrontan traumas demasiado similares. Entonces, la evolución de los derechos civiles, la revalorización del individuo, la liberación sexual, la era de la paz, el psicoanálisis y el descubrimiento de la libido, etc. ¿no han hecho nada por suprimir el trauma provocado por los choques entre Eros y la autorrepresión?

Pablo: Aquí es donde podríamos convocar a un viejo sabio vienés, un tal doctor Sigmund, y al concepto vertebral de su obra “El malestar en la cultura”. Freud afirma que “el designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable”, y más aún, “todo el orden del universo se le opone”, comenzando por nuestra inevitable decadencia física y mortalidad, siguiendo por la implacabilidad de las fuerzas de la Naturaleza y (paciencia, ya llegamos) terminando por los problemas de la relación con los otros seres humanos (“el infierno son los otros”, afirmó Jean-Paul Sartre). Freud llega aún más lejos con esta metáfora: “el plan de la «Creación» no incluye el propósito de que el hombre sea «feliz»”.
En lo que hace a las relaciones con los demás, Freud no se refiere solamente a la vida de pareja, familiar o laboral, sino a la organización social, y define “cultura” al conjunto de instituciones que los seres humanos hemos creado para dominar la Naturaleza y para regular nuestra vida social (otro autor tal vez hablaría de “sociedad” en vez de “cultura”, y con ello el concepto ganaría en claridad). A cambio de crear instituciones para protegernos mutuamente del clima, las enfermedades, el hambre, las fieras salvajes, la sociedad se cobra su shakespeareana libra de carne: porque la sociedad misma reposa sobre la renuncia a la inmediata satisfacción de los instintos del individuo; la sociedad es una construcción destinada a controlar nuestros instintos, especialmente los agresivos, pero no sólo ellos. Pensemos qué diría nuestro empleador o cliente si le dijéramos que hoy no vamos a trabajar porque preferimos dedicar la mañana a hacer el amor con una nueva pareja, qué diría cualquiera de nuestras vecinas si les dijéramos que matamos a su esposo porque se le ocurrió dejar que su perro ensuciara nuestro jardín, qué diría cualquiera de nuestros compañeros de trabajo si dijéramos que su nuevo suéter nos gusta tanto que hemos decidido quedarnos con él, qué diría cualquiera de nuestros vecinos si le dijéramos que hemos pasado una espléndida noche de lujuria con su hija apenas adolescente (o peor aún, su hijo). Cualquiera de los ejemplos antedichos se puede invertir (por ejemplo, que el hijo mencionado sea el nuestro): el efecto seria todavía más claro, y aún más perturbador. En síntesis, amigo Lavia: no hay salida. No sólo eso: nunca la habrá. Siempre habrá fricciones entre la sociedad y el individuo, y la historia de esas fricciones es el arte: estos dos filmes son un ejemplo.

Darío: Ya que hemos mencionado a tantos autores, no vendrá mal uno más, Isaac Asimov, que en uno de sus cuentos apunta a cómo será el ser humano del futuro. Según él, desecharemos la pesada y finita carga que implican nuestros cuerpos, dedicándonos a desarrollar el intelecto y la mente para migrar, en algún par de eones, de nuestras prisiones corporales a convertirnos en luz. Si del mundo del siglo XVII al de la actualidad, en la variable sexo, podemos percibir una disminución progresiva en lo relativo a represión y prejuicios, con vistas a ese futuro lejano, se trataría de una involución. Como cuesta trabajo imaginarse un mundo así (estamos lejos de vislumbrar la psicología de tales seres) concluyamos repitiendo, en lo que a nosotros toca, la frase del magistral diálogo del cura y el Rabino: “el amor es la raíz de todo lo que hay en la tierra” (a pesar que no se aclare si es amor por los demás o por uno mismo…).

Pablo: Darío, creo que aquí Asimov se deja llevar no hacia el futuro, sino hacia el pasado: su cuento no hace más que revisitar una idea que circula en el mundo occidental desde hace al menos 2.500 años, tal vez más, verbigracia, la doble oposición espíritu - materia y alma – cuerpo, siendo el orden de los términos una indicación de jerarquía. Las filosofías de Pitágoras, Platón, Simón el Mago, Basílides, Marción, Plotino, Manes / Maniqueo, San Agustín y sus sucesores cristianos, han sido episodios en la historia de esa idea. (También podría citar aquí a Buda - para quien el mundo físico es ilusorio – que no pertenece al orbe occidental). Según el catedrático John Dominic Crossan y su imprescindible obra “El nacimiento del cristianismo”, dichas filosofías dualistas son sarcofóbicas (del griego sarx, “carne”, y fobos, “pánico” (5)) en el sentido de que abominan de la carne y llegan a considerar al cuerpo mortal como una prisión del alma encarnada. Dicha alma es inmortal, y aspira a liberarse del cuerpo y volver a formar parte del mundo perfecto de las Ideas, los Arquetipos, Dios, según el caso. El cuerpo, por su parte, es mortal, corrompible, imperfecto, casi despreciable, denigrado por la enfermedad, la discapacidad, la maldad de los otros, la decrepitud. Pero pensemos en qué espacio deja para el amor a otra persona, a otro cuerpo mortal e imperfecto: un enfoque de este tipo termina negando la naturaleza humana. (6) y (7)

Patricio Flores, Pablo Martín Cerone y Darío Lavia

Notas


1) El título de este díptico (“El áurea misma de tu sexo”) es una referencia a una frase de una canción de Luis Alberto Spinetta, “Todas las hojas son del viento”.

2) “Resulta interesante leer, en este contexto, lo que otro con-temporáneo de Lallemant, John Donne, el católico convertido al anglicanismo, el arrepentido poeta que se hizo predicador y teó-logo, nos dice a propósito de la autodisciplina. «Cruces extrañas y méritos de otros hombres, no son míos; cruces espontáneas y voluntarias adquiridas por mis propios pecados, no son mías; no son mías tampoco las cruces tortuosas, remotas e innecesarias. Ya que estoy condenado a soportar mi cruz, debe haber una que sea mía, una cruz que Dios ha hecho y ha puesto en mi camino, que es tentación y tribulaciones en mi oficio; y no debo apartar-me de mi camino para tomar mi cruz, pues no sería mía, ni hecha para que yo la llevara. Yo no estoy obligado a perseguir con ansia, como hace el cazador, ni a permanecer fijo y sin moverme, ni a provocar una peste y quedarme allí, ni a lanzar una injuria contra mí mismo y no defenderme. No estoy obligado a dejarme morir de hambre practicando un ayuno sin sentido, ni a lacerar mi carne con flagelaciones inhumanas. Pero estoy condenado a soportar mi cruz, la cruz que es solamente mía, la que ha confeccionado para mí la mano de Dios y que es ocasión de tentaciones y tribulaciones en el camino de mi vocación.» (Extraído de “Los Demonios de Loudun” de Aldous Huxley).

3) Según nos narra el poeta romano San Venancio Fortunato (siglo VI DC) la monja y princesa franca Crodielda presentó cargos contra la Abadesa Basina ante los tribunales eclesiásticos debido a que las rigurosas y ascéticas normas monacales estaban siendo desplazadas por hábitos propios de la aristocracia romana, como juegos de dados, baños y banquetes. Es bueno saber que Crodielda sería excomulgada por el mismo tribunal por rebelarse contra la autoridad de la Abadesa.

4) Para Suryn, un sencillo homenaje de nuestra parte, compartiendo a Luis Alberto Spinetta y su “Kamikaze”:

“Cayó por fin
el loco kamikaze.
Creyó ubicar,
su propio sol naciente.
Luego en su reino
el kamikaze comprendió su error.
Al fin,
morir así
es en vano”.

Y también a Fernando Pessoa

“Y pienso: tal vez nunca viviste, ni estudiaste, ni amaste, ni creíste,
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como una lagartija a quien le cortan la cola
Y eres ésa cola más allá de la lagartija, agitadamente.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que podía hacer de mí no lo hice,
El traje que vestí estaba equivocado.
Me conocieron luego por quien no era y no lo desmentí y me perdí.
Cuando quise arrancar la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la arranqué y me vi al espejo,
Ya había envejecido,
Estaba borracho, ya no sabía vestir el traje que no me había quitado.
Dejé la máscara y dormí en el vestíbulo
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime”. (fragmento de “Tabaquería”, poema de Fernando Pessoa)

5) De donde podemos deducir que la tenebrosa etimología de “sarcófago” es “el que devora la carne” (phagos = “comer”).

6) Orbitando en este punto sólidamente expuesto por Pablo y Darío, recaemos en la vehemencia con que HAL 9000 defiende su misión y su rol dentro de la Discovery, atacando mortalmente a una tripulación humana que, en definitiva, no era más que… un estorbo tanto para él como para la misión, así como las cuestiones de la conciencia o del alma lo son para el cuerpo en la satisfacción de sus urgencias (y viceversa). De esta pugna habla el díptico y el enlace socrático. Como resultante el propio Bowman terminará desarticulando los centros nerviosos superiores de HAL practicando así una “lobotomía” con dicho ordenador, abandonando luego la Discovery para iniciar su viaje a través de la “Puerta de las Estrellas”. Prescindiendo del Cuerpo, el Alma liberada accede al infinito.

7) En el juicio que condenara al padre Grandier a la hoguera, sorprende “Madre Juana de los Angeles” con la siguiente acusación: que Grandier las había hechizado y demonizado “arrojando un ramo de rosas por encima de los muros del convento”. Podríamos conjeturar que Juana no estaba endemoniada, sino apasionadamente enamorada. Después de todo, las diferencias son prácticamente imperceptibles.

No hay comentarios.:

¿PERDISTE ALGÚN Nro. DE CINEFANIA? BAJALOS GRATIS