domingo, 5 de noviembre de 2006

La Mujer del Cuadro y Santa Sangre

THE WOMAN IN THE WINDOW (La Mujer del Cuadro-1944) de Fritz Lang
SANTA SANGRE (1989) de Alejandro Jodorowsky

No hay manera de tener alguna aversión al Prof. Richard Wanley, entendido en psiquiatría, un hombrecillo algo robusto y con cara de torta, que es marido fiel (de Dorothy Peterson) y padre de dos (Carol Cameron y un por entonces niño Robert Blake). Wanley se despide de su familia en una estación ferroviaria debido a que debe realizar un viaje académico que lo separará de los suyos por unos días. Si ud. es aficionado al cine clásico, sabrá que el director de la primera película que nos ocupa, Fritz Lang, realizó también FURY (Furia-1936), sobre un Spencer Tracy erróneamente encarcelado y víctima de linchamiento. Esa película también se iniciaba con una despedida entre protagonista y novia en una estación de tren. ¿Indica ese paralelismo que el amable Prof. Wanley, encarnado por pequeño gran Edward G. Robinson, afrontará un destino similar?

Lejos de ahí, mucho tiempo más allá, Fénix (Axel Jodorowsky) es un paciente que vive desnudo en lo alto de un tronco puesto en una particular habitación de manicomio. Su doctor, en vez de traerlo al mundo de la sanidad estudiando el origen de su trauma, pretende sumarlo a una terapia de distracción junto a un grupo de personas con síndrome de Down. El director de la segunda pieza en cuestión, Alejandro Jodorowsky, tomando el rol de sanador y chamán, retrotrae la acción al pasado, en que el protagonista, aún niño (Adán Jodorowsky), es el hijo del dueño de un circo (el obeso Guy Stockwell) y de una tramoyista (Blanca Guerra) que, como actividad extracurricular, lidera el culto a una niña sin brazos en una iglesia de chapa construída en torno a una pileta de un líquido, supuestamente sangre.

La Realidad
Las cosas están mucho más calmas (por ahora) en La Mujer del Cuadro. Wanley asiste a un club donde conversa y toma una copa con dos viejos amigos: el Dr. Barkstone (Edmond Bréon) y el fiscal de distrito Lalor (Raymond Massey). En una de esas conversaciones se plantea si, lejos de sus compromisos familiares, el protagonista no se animaría a vivir una aventura, por más pequeña que fuera. Por supuesto, el bueno de Wanley reconoce su incapacidad para dejarse llevar por la mínima de las travesuras. Así que, mientras sus amigos marchan a una boite donde podrán ver un espectáculo, Wanley se queda en el club donde se queda dormido leyendo "El Cantar de los Cantares" de Salomón.

Entretanto, en Santa Sangre, la infidelidad del padre con una contorsionista (Thelma Tixou) es castigada por la irascible madre con una lluvia de vitriolo que quema la cabeza de su marido y también su virilidad. El hombre, entonces, corta los brazos de su esposa y luego, teniendo a su hijo por indeseado testigo, se rebana el cogote. Semejante trauma es lo que sumerge al protagonista en el aislamiento absoluto de su entorno, que parece terminar, con un Fénix ya hombre, cuando escucha el llamado de su madre a través de la ventana de su cuarto.

La Ilusión
Al salir del club Wanley se queda observando el cuadro de una bella mujer tras una vitrina. Cual es su sorpresa cuando en la vereda misma se le aparece la mujer del cuadro (una sugerente Joan Bennett), cuyo nombre es Alice Reed y que explica que posó para ese cuadro por que necesitaba el dinero. Una cosa lleva a la otra, y pronto Wanley y la misteriosa mujer se hallan, botella de champán mediante, compartiendo una mesa de restaurant. La cita continúa en la casa de la mujer, hasta que irrumpe en la escena un hombre (Arthur Loft) que al ver la presencia de Wanley, se enfurece y lo ataca. Será con la ayuda de unas tijeras con la que el agredido logra despachar al agresor y luego, el hombre de ciencia regresa al comando de la situación para tratar de evaluar las consecuencias del incidente. El muerto es un amante de Alice, amante irascible claro está, pero que le daba algo de dinero para vivir. Ella ignora su auténtico nombre y tampoco tiene problemas en que ahora esté inerte decorando su alfombrado, siempre y cuando no sea por mucho tiempo. Wanley piensa. Lo más seguro, para mantener su carrera, su reputación inmaculada y, esencialmente, la tranquilidad de su familia, es disponer del cadáver y llevarlo lejos de ahí.

La noche es ideal para una película film-noir. El aguacero tiñe de brillos difusos todas las superficies relucientes (los automóviles, los adoquines de las calles, etc.); Wanley sube el cadáver a su coche de alquiler y lo conduce al medio de la nada, dejándolo a un costado de la carretera. Ya no tendrá que volver a ver a la mujer del cuadro, y dado que no conoce su nombre y ella tampoco conoce el de él, no habrá más complicaciones. Pero los problemas no tardan en surgir. Desde el hallazgo del cadáver por parte de un niño boy-scout (Spanky McFarland, el gordito de "La Pandilla"), pasando por la noticia que el muerto era un importante empresario, hasta la investigación del caso que realiza ni más ni menos que el propio amigo de Wanley, el sagaz fiscal Lalor. Como si todo esto fuera poco, aparece un hampón de baja estofa llamado Heidt (Dan Duryea), que se acerca a la mujer para chantajearla sobre decir todo a la policía. La única posibilidad de aclarar el panorama es disponer de este hampón, y Wanley da instrucciones a la mujer para que esta lo envenene con una copa de whisky. Los acontecimientos se tornan inmanejables, y ambos, la mujer y el doctor, son ampliamente superados por los mismos. Como solución final, Wanley toma una dosis de veneno, incapaz de afrontar las consecuencias de sus actos.

El protagonista de Santa Sangre también encara una odisea de tensión y situaciones límite. Fugado del manicomio, inicia una carrera artística con su madre, que baila y canta utilizando los brazos de su hijo para tal efecto. A partir de ese momento, incitado por su madre, que se considera legítima poseedora no solo de los brazos de su hijo sino también de su voluntad, inicia una serie de asesinatos cuyas víctimas son todo tipo de mujeres... mejor dicho, cierto tipo de mujeres, especialmente aquellas potenciales poseedoras de alguna simpatía para con el protagonista. La primera es una voluptuosa actriz y cantante que termina con un cuchillo en el vientre. Luego sigue aquella contorsionista, devenida en prostituta y que patrocina el comercio carnal con Alma, su hija adolescente (Sabrina Dennison) -que de niña fuera amiga del joven Fénix. Idéntica suerte siguen otras mujeres, cuyas muertes no se nos muestran, pero que se nos sugieren a través de una secuencia onírica en la que un arrepentido Fénix pide perdón en un terreno repleto de tumbas sin nombre.

Fénix intenta salir de esa espiral de sangre y obsesión, pero su madre no le permite siquiera respirar, ahogándole en todo posible aspecto personal, negándole toda identidad, salvo la que le confiere ella misma. En ese aspecto, la madre es tan abarcativa que Fénix se identifica con ese Hombre Invisible de las películas de terror de la Universal. En un último intento, el protagonista invita a una luchadora de catch, la gigantesca Santa, tal vez con la intención de que su poderosa presencia y fuerza física logren ahuyentar la nociva influencia. Sin embargo, la aparición materna surge de un ataúd egipcio y expele la orden terminal: "¡Mátala, mátala!"

La Realidad
Volvemos a Robinson. A medida que se desvanece en los letales brazos de la muerte, el camarero del club lo despierta. Vuelve a la realidad, con el Cantar de los Cantares en el regazo. Se ha quedado dormido, dando pie a un formidable sueño en el que ha puesto rostros de personas de la vida real a los protagonistas de la pesadilla. Al salir del club, el encargado del guardarropas es el amante celoso que creyó asesinar y el portero del club es aquel hampón chantajista. Afuera, en la vereda, contempla la vidriera con el cuadro y respira aliviado al comprobar que está con los pies en la realidad nuevamente.

También Fénix despierta de su ilusión. Pero lo suyo no fue un sueño sino una visión alterada de la realidad. Es la hija de la amante de su padre, la joven Alma, que interfiere en la acción, para hacer ver a Fénix que su madre murió físicamente el día que el padre le cortó los brazos. Y que la que le susurra órdenes de muerte a los oídos no era más que una alucinación maléfica, la proyección del monstruo maternal que había tomado vida para Fénix (y también para el espectador) mientras el propio Fénix así lo creyera. La comprensión y reinterpretación del pasado, la visión de la realidad toda y no de parte de la misma, y la comprobación de que Fénix utilizaba para sus actos musicales un muñeco de ventriloquía con aspecto de su madre, son letales para el espectro. Así que, cuando llega la policía y le ordena levantar las manos, el conmocionado Fénix lo hace, sorprendiéndose ante el hecho que sus extremidades vuelven a estar bajo su mandato.

Enlace
En apariencia, el único lazo entre estas dos películas es el paso de realidad a sueño (en caso de Wanley) o ilusión (en el caso de Fénix). Sin embargo, no deja de llamar la atención el papel no similar sino paralelo de las mujeres en ambas historias. Pero recordemos las premisas. En La Mujer del Cuadro, Wanley puebla su pesadilla con amigos o con las caras que inadvertidamente ha visto en la realidad. Sus amigos, a quienes conoce, siguen manteniendo sus personalidades en el sueño. Pero el portero o el encargado de guardarropas, a quienes Wanley conoce solo de cara y por breves palabras, se convierten en personas indeseadas, en agresores y chantajistas. El protagonista les confiere características negativas, que coinciden tal vez con sus temores, miedos y frustraciones. Es a la propia Mujer del Cuadro a quien toma para infundirle aspectos de su propio ser. Ya que no deja de ser revelador que ambos personajes comparten el mismo grado de confianza e ingenuidad, de candidez y paranoia. Ambos confían el uno en el otro, a pesar de ser perfectos desconocidos; Wanley se cree capaz de ocultar un cadáver y Alice se cree capaz de manejar la delicada situación con el hampón; ambos son igualmente cándidos cuando creen que el problema ha sido resuelto y ambos se persiguen a sí mismos cuando las cosas no salen bien. Wanley trata de infundir ánimo a la apesadumbrada Alice y esta, cuando comprueba que la policía ha dado muerte a Heidt, corre como una niña eufórica para avisarle por teléfono a Wanley que el peligro ha pasado.

Lo que en La Mujer del Cuadro pasa en sueños, toma un cariz mucho más real en Santa Sangre. Porque Fénix, carente de otros rasgos personales que no sean los de su difunta madre, se crea a sí mismo (y, reitero, a todo espectador) una realidad alucinada, habitada por enanos y tonis provenientes de la realidad que ha absorvido de niño y aún no había sufrido el trauma. Y, dato revelador, Fénix es testigo del suicidio de su padre, y ve cuando las autoridades retiran el cadáver sin brazos de su madre. Sin embargo, su mente niega esta última visión, comenzando a construir un mundo diferente en base a la ausente figura de un padre agresor. Y, como si fuese un espejo enfrentado a otro, en el que los rebotes de la luz son infinitos, la vida de Fénix se convierte en un reflejo de lo que él cree hubiera querido su madre muerta, o en lo que su psiquis se empecina en interpretar. La cámara solo nos muestra un itinerario de su percepción, así que no vemos al muñeco de ventriloquía sino a la madre, no vemos al Fénix asesino sino a un Fénix ejecutor de los designios de su madre. Recién cuando Sabrina, maquillada como cuando era niña y compartía juegos con Fénix, le muestra la realidad inexorable, es que el muchacho se ve libre de la influencia maligna, recobra su personalidad y puede respirar nuevamente por sí mismo.



Darío Lavia

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Comentario de Pablo Prado Olivero:En realidad es un comentario hecho a raíz de esta película sobre los periodistas norteamericanos realizado por Marcus Cunliffe en su libro "The literature of the United States":
"Desde hace tiempo forman un grupo especial: son los bufones, los cínicos, oficiales en la corte de la pública opinión. Capullos de autor, autores retoñados, autores en flor: gente que bebe café hasta altas horas, fuma puros, canta canciones obcenas. Hombres que ponen al desnudo mentiras e hipocrecías, hombres desencantados, desprendidos del mundo que observan. Como escritores adoran la concisión y el epigrama; a menudo son amargos, como Ambrose Bierce y Ring Lardner, pero saben que tienen que encubrir su ira profunda contra la locura humana, y tratan de convertirla en algo divertido. Por consiguiente, sus escritos resultan a menudo extrañadamente desequilibrados, y cuanto mayor es el talento, mayor es el riesgo de la disparidad entre la motivación y la expresión entre lo que dicen y lo que piensan". Este comentario fue extraído de un viejo libro de la década del sesenta llamado "La disolución de la razón" de Guido Aristarco. Cualquier semejanza con la realidad en épocas actuales es pura coincidencia.

Antonio dijo...

Acabo de encontrar este blog y me parece una idea fascinante, poco a poco me quiero leer todo lo publicado

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