jueves, 28 de abril de 2011

El Ilusionista y La Guerra de los Mundos


L'ILLUSIONNISTE (El Ilusionista-2010) de Sylvain Chomet
WAR OF THE WORLDS (La Guerra de los Mundos-1953) de Byron Haskin

Nota Bene:
Uno comparte la suerte del gregario en esto de procurarse alimento y cobijo. Si no sabe crear riqueza por y para sí mismo, deberá involucrarse con otros y depender de quien le brinde la ocasión. Y al hacerlo, extenderá sus linderos y se conectará con otros mundos. Distintos al de uno. Pareciera que, exceptuando a Chaplin, nadie se percata del detalle que sin trabajo este mundo se torna sepiado y agobiante. La guerra de los mundos no puede ser ni más cruel ni más compleja que aquella guerra interior de quien no halla lugar en el mundo en que vive.



Mediados de los cincuenta: Tati es un ilusionista forzosamente obligado a migrar de la noche parisina por falta de trabajo. Su talento, aún intacto, ha devenido en algo menos que menudencias medievales que ni siquiera alcanzan para entretener a viejas malentretenidas. En Londres buscará otra suerte mas no la hallará. Son los tiempos los que cambiaron, no los lugares.

Será en Escocia donde a su maleta y a su conejo se le adosará una muchachita, Alicia, quien sin permisos ni preguntas se convierte en una hija para nuestro maduro artista. Alicia entra a una vida angustiada y desesperada como la de Tati, y la abraza como si fuera su única salvación. No busca respuestas ni luces prestadas. Busca compañía. Busca ser alguien en el otro.

Como la Niña es inocente, cada cosa que Tati le provee –una prenda de vestir, un par de zapatos- la asocia libremente con el arte de su magia, de su don. Ambos conviven con esto: ni Tati necesita del agradecimiento pueril ni de conciencia de realidad de Alicia, ni la Niña merece ni necesita de lecciones de vida al paso. La felicidad suele moverse entre estos parámetros.

Pero nuestro entrañable personaje tendrá un fracaso más y será el último. Encontrará un empleo y lo perderá por las razones más mezquinas que se puedan concebir teniendo que volver a su casa, a París, pero sin su conejo, sin sus pertrechos valiosos... y sin su mágica hija. Abandonará su arte milenaria y con ello irá su ser; y adoptará otro nuevo, adocenado y previsible. Alicia crecerá, se enamorará y seguirá su vida, como debe ser.


Nada debería alterar seriamente la vida en un pueblito de las afueras de California, a mediados de los cincuenta. Pero una noche veraniega, durante el baile de cuadrilla, una especie de meteorito de desplomará del cielo. Este extraño e ígneo cuerpo de aspecto rocoso caerá de un modo que dejaba lugar a pensar que más que “caído”, había “aterrizado”.

Ya las publicaciones de la comunidad científica venían alertando sobre la cercanía de Marte con la Tierra, paso sospechoso dentro del vals planetario que ponía en zozobra a los terráqueos cada veinte años.

Al enfriarse esta nave extraterrestre, asomaría un ser de forma de serpiente cuya única respuesta a cualquier nivel de acercamiento, sería la de destrucción. Otra nave caería en las cercanías de ésta, y luego otra, y otras más. Burdeos, Italia, Francia y España padecían las inclemencias de estos personajes.

No había manera de aproximarse y de observar a estos visitantes. Menos de agredirlos o enfrentarlos. Eran absolutamente inmunes a cualquier nivel de agresividad. Incluso a todos los niveles juntos. Solo habría que esperar a que se decidieran a hablar y claro, a dar a luz sus condiciones. Ahora vemos a las naves atacando en formación. Nada las detiene y poco resta por esperar salvo un final de todo lo conocido para siempre.

Ya el planeta entero se rendía frente a lo ineludible. “Si son más avanzados que nosotros, deben estar más cerca del Creador” razonaba el Reverendo Collins poco antes de ser alcanzado por un rayo irracional que lo acercará al Creador de un modo insuperable.

Washington se decide por usar la bomba atómica para destruir los ya cientos de naves que seguían aterrizando sin medida ni aviso alguno.

Ya la bomba nuclear había estallado y con ella se había desvanecido la última esperanza. Ya son centenares de millones quienes huyen a las montañas. La suerte está echada. Se pelea y se mata por un lugar en un camión, en un autobús.

Pero habrá un episodio bastante difícil de explicar en que un marciano dejará rastros de sangre en una bufanda, comprobándose microscópicamente una suerte de anemia que los torna sumamente vulnerables.

Y cuando poco resta para el fin, vemos desplomarse a tierra a las naves enemigas. El tiempo dirá que no pudieron soportar nuestras bacterias, aún las más benignas. Alguna vez nuestro planeta se había visto asolado por ellas. El Hombre las había domeñado, y con ello se había ganado el derecho a la posesión del globo terráqueo. Ningún marciano tomaría por la fuerza lo que a la raza humana le había demandado de millones de muertes y de miles de años.

Enlace
La libertad comprende el derecho de equivocarse y de hacerse daño con la libertad misma, porque se trata de un aprendizaje experimental a cuyo adelanto “es útil el error que enseña a deponer el error” según reza el aforismo.

Lo único más agobiante que la libertad es la pérdida de la misma. No que uno la entregue. Esto lo vemos a diario. Sino que a uno se la quiten.

Tati comprende con dolor que su mundo ya no era, y que debía implorar en otro mundo ser aceptado como uno de los propios. Entregaba su arte libre por algo de cobijo y de paz. No era un héroe homérico. Era un ser humano.

La Tierra, ebria de estupidez, pierde su libertad a manos de marcianos. Ni siquiera tiene la ocasión de entregarla por sus propios medios aunque más no fuera en una ceremonia sin sentido. No. Se la arrebatan impunemente, y cada tanto algún ser siente que su vida ha sido una mofa atroz, una monstruosa embriaguez que poco dignifica su condición de Ser Humano. La vida iba detrás de la libertad sin poder resolverse ni una cuestión ni la otra. Los valores se reacomodan simplemente para extinguirse, como un bollo de papel que se yergue justo antes de ser completamente incinerado por el fuego.

Recuperar el puesto en el cosmos; tener un trabajo cualquiera que permita vivir. ¿Cuál de los dos desafíos estará más a la altura de nuestras posibilidades reales?

Patricio Flores

A mi amigo Pol

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