lunes, 28 de mayo de 2012

The Host y Aniceto

GWOEMUL (The Host-2006) de Bong Joon-Ho
ANICETO (2008) de Leonardo Favio

The Host

El río Han ha dado a luz a un monstruo. Esas aguas que bañan las costas de la moderna Seúl ahora albergan el resultado de una mutación genética espantosa: un bicho anfibio semejante a un dragón, de unos quinientos kilos, con una cola prensil de varios metros con la que trepa y agarra, dos robustas piernas que le permiten correr y una maldad y saña antropomórficas. Tiene olfato, muy buena vista y es astuto. Completando el portento, un par de brazos terminados en garras.

Presentemos a los Park. Hee Bong es el dueño de una tienda de comidas rápidas al pie de la playa. Espabilado y luchador, contrasta notoriamente con su hijo Gang Doo, gandul de 30 años a quien mantiene pacientemente por amor a su nieta, Hyun Seo.

Los Park, junto a otros cientos de paseantes son testigos de la primera salida del agua de nuestro monstruo que hubiera confundido al propio Darwin: la muerte saliendo de las aguas. El Monstruo corre, engulle, atrapa, trepa, destroza y enloquece todo a su paso.

Gang Doo intenta valientemente salvar a su hija, pero no puede. Hyun Seo va a parar al rumen del Engendro junto a otros niños, latitas de gaseosas y peces.

La ciudad se quiebra del miedo. Desde el gobierno se habla de la aparición de un virus terrorista al que hay que combatir de inmediato, no sea cosa que las gentes terminen mutando como el monstruo, algo como lo que viene padeciendo el vecino país del norte de unos sesenta años a esta parte.

Hee Bong sale furiosamente a rescatar a su nieta a como dé lugar. La ocasión lo une a Hee Bong y a Gang Doo con los otros dos Park restantes: Nam Joo, medallista olímpica en tiro al arco, y Nam Il, joven universitario desempleado y arrogante, como todo joven que se precie de universitario y de desempleado. Juntos, los cuatro fantásticos Park buscarán a Hyun Seo luchando contra la burocracia, la acidia y la estupidez de la plana mayor del municipio y de la nación coreana que no da pie con bola, cayendo en manos inescrupulosas que al tiempo que vacian los bolsillos del viejo Hee Bong son la única ayuda posible y concreta de conseguir armas y municiones: hacer algo. Y lo hacen bien.

Aniceto

Cae flechado de pasión Aniceto cuando ve a Francisca lavando ropa a la vera de un arroyo cualquiera de algún pueblito del Buenos Aires de los sesenta.

Francisca es empleada en una casa bien acomodada. Aniceto vive de su gallo blanco, corajudo y mañero, vencedor habitué en aquellas arenas. Con este argumento Aniceto saca lo necesario para los bailes del sábado y para sus necesidades y urgencias.

Francisca visita el bulín. Pero no se limita a eso. De algún modo, su presencia vuelve cálido el ambiente, su mano diestra dirige el coro de las cosas y los seres con pericia, siendo el propio Aniceto el tenor solista invitado del drama de su nueva vida. Francisca le da un lustre insólito a todo, hasta a la pava del mate. ¡Si hasta el Gallo parece más blanco y más canfinflero que nunca!

Pero la fatalidad tiene algo preparado. Lucía... era la noche encarnada. Se dejaba y se retraía. Histérica, indómita y sensual, lo mete al Aniceto en esa olla curtida donde se cuece el puchero de la vida.

Aniceto, ávido por disfrutarlo todo de golpe, acaba perdiendo a Francisca y al Gallo. No hay libro sagrado que no nos prevenga sobre estas cuestiones.



Enlace

Salvo por las dimensiones, el drama social y el individual son la misma cosa. Se trate de una ciudad atormentada o de una persona sola, ante una crisis se deberá apelar al coraje, al arte y al ingenio.

Los asuntos suelen ir a destiempo con las intenciones. A la ferocidad del Monstruo se le opondrán los Park con una bravura y una determinación que parecieran haber estado hibernando a la espera de una circunstancia fatal y bizarra como esa.

Contra el estómago rumiante del Monstruo había que oponer vísceras corajudas (1). Los Park buscan apoyo del gobierno, de la policía, de las instituciones. Al no hallarlo, se mezclan con el hampa y salen a la caza de lo imposible.

Aniceto no esperaba nada en especial cuando le llega el amor de manos de Francisca. No comprende la lógica del juego y termina haciéndose matar por un prestamista a quien acudiera para empeñar al Gallo, bastión de su subsistencia. Su propia muerte termina por facilitarle las cosas. Sin Francisca y sin su Gallo, vivir habría sido mendigar... aprecio y sustento. Francisca le había asoleado el alma. Lucía le revolvía las tripas. El desenlace de la historia es breve y lacónico. Los dioses se regodean con nuestras abyecciones pero eso no les impide ser clementes (cuando quieren). Y en un rapto de piedad, Aniceto cae fulminado por un balazo.

Ante lo inevitable, el hombre es capaz de cualquier cosa, sublime o degradante. Los resultados suelen ser entretenidos para los mismos dioses quienes también festejan nuestra valentía y arrojo.

Pero a las personas les puede ir la vida, y con ella, la existencia. Al límite de lo soportable, el camino se bifurca entre la magia y el tango fatal.

Después de todo, ¿de qué nos preserva tanta tecnología, tanta literatura especializada… cuando se aparece una Lucía y perdemos hasta el pellejo? Nada nos evitará la melancolía de sentirnos solos. Y quizás en esto duerma lo mejor de nuestra especie. Las tripas y el corazón pueden mucho más de lo que normalmente hacen día a día. Sólo hay que darles rodaje, comprender su cadencia, ritmo, sus tiempos.

Ordenar las pasiones es tarea sagrada e indelegable de cada uno (2). Pero tener pasiones latentes, vivas y calientes, es un deber hacia nosotros mismos. Los resultados a veces son los esperados y otras... no. Nadie nos asegura nada cuando nacemos. Y justamente por ser imprevisible y por no ofrecer garantías, la vida es de un atractivo mayúsculo.



Patricio Flores

Notas
(1): Hace miles de años, los judíos planteaban que el centro de la voluntad y de la conciencia se hallaba entre los riñones, el hígado y los intestinos.
(2): "Todo ánimo desordenado sirve para sí mismo de castigo", enseñaba San Agustín.

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