domingo, 16 de mayo de 2010

Codicia y Rapiña

GREED (Codicia-1924) de Erich Von Stroheim
RAPIÑA (1975) de Carlos Enrique Taboada

El dentista que se perdió
En pos de superar un decadente entorno paterno (Jack Curtis), el joven McTeague (Gibson Gowlands) escapa de un destino como minero dependiente del alcohol e inicia una vida promisoria como dentista en San Francisco. Allí conoce y se enamora de una paciente, Trina (ZaSu Pitts), a quien corteja de acuerdo a las opresivas pero pintorescas costumbres de ese entonces, prestándose a picnics con su familia política encabezada por el desopilante Sr. Sieppe (Chester Conklin). Un día Trina gana $5.000 en la Lotería y, llevada también por la costumbre, deposita dicho monto en el banco, creando una cuenta de ahorro a la que sólo ella tiene acceso. Pasan los años y la relación se deteriora. Todo el dinero que Trina puede escabullir de su marido va a la cuenta de ahorro, mientras la decepción del amor eterno lleva a McTeague al mismo vicio que su padre. Reaparece en antiguo amigo de McTeague, frustrado pretendiente a la mano de Trina, Marcus Schouler (Jean Hersholt) y revela que McTeague no tiene licencia para ejercer odontología. Con esta particular venganza, Schouler consigue que le cierren el negocio a su rival, que solo consigue eventual trabajo como peón y termina viviendo en un cuartucho miserable junto a su esposa, que se ha convertido en una desconocida, un esqueleto viviente que vive solamente para alucinar con el oro que guarda celosamente del conocimiento de todos. En un ataque de furia, McTeague asesina a Trina y huye con el dinero, refugiándose en el Valle de la Muerte, donde Marcus le sigue empeñosamente y donde uno de los dos, o ambos, encontrarán un trágico pero previsible final luego de tantas iniquidades y abominación.

El leñador que se perdió
Porfirio (Ignacio López Tarso) y Ebodio (Germán Robles) son dos leñadores indígenas que se ganan la vida en el monte, talando lo que puedan para llevar pan a sus humildísimos hogares. Porfirio sufre una doble situación crítica. Por un lado, su padre está muy enfermo y por otro, su esposa (Norma Lazareno) está embarazada. Hay un incidente que desencadena una idea en la mente de Porfirio. En la sala de espera del médido, escucha una conversación entre éste y el nuevo maestro que ha llegado al pueblo para trabajar en la escuela. El maestro, joven e idealista, se topa con el escepticismo del veterano galeno, que se pregunta si tendrá algún sentido intentar enseñarles algo a "esas bestias". El médico confiesa haber estado toda su vida en el pueblo, curando enfermos y moribundos, pero cada vez que tiene que traer una criatura al mundo, se pregunta cuál será el objeto de esa vida si tiene chances nulas de progresar. A partir de ese momento, Porfirio se cuestiona todo y se convence que la mejor manera de progresar y darle un futuro promisorio a su hijo, será marchándose de ese lugar maldito. En una de sus salidas laborales, Porfirio observa un avión de pasajeros que cae en lo alto de una sierra. Los restos del vuelo están desparramados y consisten en las valiosas pertenencias de los pasajeros, que inmediatamente se convierten en objeto de saqueo para Porfirio y Ebodio. Cuando se están retirando de la primera incursión, aparecen dos carboneros que pretenden compartir el "botín". Tras una tensa quietud, los leñadores pasan a mejor vida a los carboneros y se traen todo lo que pueden. Las esposas de ambos se encandilan con el dinero y el problema más urgente se presenta cuando las autoridades de gendarmería llegan al sitio del siniestro y encuentran los cadáveres. Es la mejor razón para irse del pueblo aunque para evitar a la policía haya que emprender caminata por un interminable desierto, que tal vez sirva para expurgar el odio y la amargura de vivir sin una esperanza clara.

Enlace
¿Por qué dos historias que ponen en pantalla el lado oscuro del alma humana tendrán que concluir en un lugar tan desolador como un desierto? Dejemos al lector la elaboración de las semejanzas geográficas entre estas dos películas y pasemos a ofrecer el que consideramos enlace válido de la noche, que en esta oportunidad tendrá como basamento ciertos conceptos sociológicos. En un sinfín de películas, especialmente en las del género de misterio [1], hay crímenes que son perpetrados por integrantes de las clases altas, cuando no, la propia aristocracia. La primera lectura es que, tanto autores de libretos como guionistas y directores pertenecían a la clase media o incluso a la clase trabajadora y ficcionalizar escándalos y asesinatos en las altas elites significaba una catarsis para ellos y también para sus pares, los espectadores que se entretenían con el cinematógrafo.

Nuestros dos films de la noche nos presentan descastados como intrigantes y como víctimas. Para la América de los años '10, el esfuerzo de McTeague por superar la herencia paterna implica la extracción de muelas de sus pacientes. A cientos de km al sur del Río Grande, Porfirio intenta superar su propia herencia paterna extrayendo elementos de valor de quienes ya no los necesitan. Pero en vez de insistir en este tipo de analogías preferimos volcarnos a la cuestión que queremos plantear, que no es una afirmación sino una pregunta. El McTeague minero - odontólogo (y luego desempleado) es al sistema social americano casi un equivalente del Porfirio leñador - rapiñero al mexicano. Proletarios, al borde de la marginación, sufren el mismo e irreversible impulso que llevara a la tragedia a tantos nobles e ilustres precedentes. La pregunta es, siguiendo el razonamiento de la ficcionalización por parte de la clase media con objeto de catalizar las injusticias sociales para arriba: ¿constituyen estas historias una autocrítica o un alegato contra las clases desposeídas?

Darío Lavia


Dedicado a Gibson Gowlands e
Ignacio López Tarso...
actores de varias épocas.




Notas
1: Con mayor o menor refinamiento, Sherlock Holmes, Poirot, Philip Marlowe y Bulldog Drummond, por mencionar algunos ejemplos de miles, resuelven casos que involucran a personajes encumbrados, algunos de los cuales están dispuestos a desembolsar miles de libras o dólares por una resolución veloz y confidencial. En todos los casos se sospecha del mayordomo (proletario), pero siempre el responsable es algún empresario, un miembro de la realeza o bien el propio contratante.

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