viernes, 10 de julio de 2009

La Isla Desnuda y El Orfanato

HADAKA NO SHIMA (La Isla Desnuda-1962) de Kaneto Shindo
EL ORFANATO (2007) de Juan Antonio Bayona

Tragedia en la isla

En el Japón contemporáneo un matrimonio maduro (Taiji Tonoyama y Nobuko Otowa) llevan a cabo una rutina monótona, minuciosa, esforzada y silenciosa (el silencio es tal que la película no tiene diálogos). La cámara los sorprende bregando (que es algo que, de una u otra manera, hacen durante toda la película, o toda la vida), en este caso, a bordo de un bote cuyo timón es al mismo tiempo remo. Este matrimonio debe realizar varios viajes diarios entre la isla en la que viven y tierra firme, en busca de agua de deshielo que cargan pacientemente en tinajas que acarrean a pie hasta el bote. Al regresar a la isla que tienen por hogar, de nuevo deben cargar en hombros esas tinajas, primero peligrosamente sobre las rocosas orillas, y luego cuesta arriba para llegar a sus diversos sembradíos. En la descripción de estas faenas el director Kaneto Shindo (1) invierte casi la mitad de la película, acompañando el recorrido con una pegadiza melodía que se repite incontablemente así como los viajes en bote del marido y la mujer. A medida que avanza el metraje, se añaden al cuadro dos niños, los hijos del matrimonio. Uno de ellos (Shinji Tanaka) está en edad escolar (lo que agrega un viaje más de ida y vuelta, por parte de la madre, llevando y trayendo al párvulo), el otro (Masanori Horimoto), se queda en el hogar y juega. Ambos ayudan con los menesteres domésticos, poniendo la mesa y preparando el almuerzo. Eventualmente pasan cosas, matices, que imponen saltos o disonancias, tanto en la vida de esta familia japonesa como en la música. Así, mientras el menor pesca un hermoso pez que es vendido a una pescadería (ocasión para una salida en familia, de paseo, con postre y mirada de vidrieras incluída), el mayor pesca una neumonía y muere. ¿Cómo levantarse al día después de las emotivas exequias, cómo afrontar el arduo y diario esfuerzo de acarrear agua para que los cultivos no mueran y mantener el sustento familiar?

Tragedia en el orfanato

El Orfanato es una mansión en que Laura se crió de niña. De adulta (Belén Rueda), regresa al caserón junto a su marido (Fernando Cayo) y al hijo adoptado de ambos, Simón (Roger Príncep), con la intención de establecer una residencia para niños discapacitados. A poco de llegar, el niño comienza a hablar con "amigos invisibles" sobre quienes podemos advertir que, estando en un filme de terror, se tratan de fantasmas infantiles del pasado. El día de la inauguración Simón desaparece, y por más que se alerta a autoridades y población, pasan las semanas y meses y no aparece ni el menor rastro. En tanto, cada día Laura se siente más convencida que los fantasmas de los niños han secuestrado a su hijo, de manera que termina acudiendo a un parapsicólogo (Edgar Vivar) que la contacta con una médium (Geraldine Chaplin). La anciana logra revivir parte del trágico pasado del lugar y, antes de irse, pronuncia la frase célebre de la película: "no hay que ver para creer, sino creer para ver". Sobre este postulado, la protagonista intentará resolver el misterio y encontrar por fin a su hijo. Liberada ya de su marido escéptico (la pareja ha dejado de funcionar a medida que la obsesión de la madre la opaca), Laura fuerza la aparición de los fantasmas para por fin encontrarse con su hijo muerto... aunque, por supuesto, para ello tenga que abandonar este mundo (2).

Enlace

Relaciones de padres e hijos pero vistas desde el punto de vista de los padres, genealogías rotas y empresas familiares que superan el mero emprendimiento comercial para convertirse en un desafío titánico sin importar que la finalidad sea conseguir el sustento diario o exorcisar demonios personales. Ambas películas nos ofrecen símiles premisas desarrolladas cada una en un género particular pero que bien nos sirven, en dos o tres contrastes, para construir nuestro enlace de la noche.

El japonés, un ser tradicional, respetuoso, sufrido y de un conservadurismo rayano en el retraso emocional, es el que, afrontando la pérdida de un hijo, resuelve silenciosamente seguir adelante con el trabajo. Bueno, a la esposa se le permite un arrebato: vuelca sus tinajas y se pone a arrancar frenética las radichetas que cuidadosamente tenía que regar. El marido se lo permite (poco antes, cuando ella derrama el agua sin querer, él la castiga con un cachetazo de novela) hasta que ella se recompone y sigue el trabajo. La cámara se aleja y nos muestra la isla desnuda completa y sistemáticamente 'vestida' por los cultivos de esta familia. La pérdida del primogénito es un cimbronazo que sólo será superado por el amor al prójimo (a los vivos) y a aquello que los une (el trabajo).

El occidental, un ser tradicionalmente amante del confort y lo funcional, sufriente por el dilema entre conservar e innovar, no puede afrontar la pérdida de un hijo sin que haya consecuencias destructivas. Un niño que no puede vivir sin sus medicinas diarias, tras semanas enteras desaparecido, se lo da por muerto. La única que no concibe la muerte de la criatura es su propia madre. La ilusión de la adopción y el esfuerzo de la dificultosa crianza debido a la enfermedad le hacen incapaz de aceptar el nuevo panorama. En cambio, se obsesiona al punto de destruir su pareja y encerrarse en el viejo orfanato. En este caso, el amor no fue suficiente como para salvar los restos de esa familia. Y su ausencia provoca la crisis y la idea de que tal vez nunca hubo nada parecido a amor.

Darío Lavia


Dedicado a Kaneto Shindo y a Edgar Vivar



1: Hemos dedicado ya varios dípticos a este nonagenario director japonés, que tiene más joyas que sus dos películas famosas de terror, ONIBABA y KURONEKO...
2: En los últimos años varias películas nos han narrado casi invariablemente la misma historia (pérdida del hijo con madre obsesionada que remueve cielo y tierra por él). Entre las más notorias recordamos THE FORGOTTEN (Misteriosa Obsesión-2004), THE DARK (La Oscuridad-2005) y, más recientemente, VINYAN (2008).

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