Criatura de la Noche y El Tambor
Mazurca
LÅT DEN RÄTTE KOMMA IN (Criatura de la Noche-2008) de Tomas Alfredson
Preludio
Un vampiro llega al barrio.
Barrio alejado de la noche vital y del jolgorio, de edificaciones modestas de gentes sencillas, de café, escuela pública, con su regio bosque que será verde la mitad del año y blanco de nieve la otra mitad.
El vampiro llegó bien entrada la noche. Al descender del taxi, no había nadie para recibirlo.
Quiso el Diablo que el vampiro fuera muchacha, tornándolo doblemente temible y demandante, al tiempo que frágil y extremadamente peligroso.
Se llama Eli. Su edad es imprecisable, pero Ella aclara “Hace mucho tiempo que tengo doce años”.
Danza
El barrio no estaba preparado para recibir a Eli.
Será su siervo, Hakan, quien se encargue de procurar que cada noche Eli tenga su ración de sangre.
Hakan y sus embudos, su cuchilla, sus soluciones y su aire serio y parco, sembrará de terror insólito al vecindario.
Una reverencia, la bailarina reconoce la pista y el varón consiente y aguarda
La maldad llega a este mundo de la mano del hombre, del ser humano.
A veces, en tamaño familiar, diluida y aumentada con conservantes y saborizantes que no logran sino volver soso al puro carácter.
Otras veces, condensada en envase pequeño. Esencia pura de maldad mineral.
El varón enlaza su brazo al talle de la bailarina
Veamos a un muchacho sencillo. Oskar, también de 12 años, de belleza femenina y candidez nada aconsejables para la edad. Oskar se culpa y se castiga por no poder enfrentar a un grupo de bravucones agresivos que encuentran en el fastidiarlo, una buena razón para ir a la escuela.
Agobiado por el tormento de tener que ir a clases cada día, se ensimisma en la soledad de su habitación o en la del parque y recrea su duro presente en un escenario en donde él es ahora un príncipe y sus estúpidos compañeros meros villanos, que sufrirán su segura derrota e implorarán por su clemencia, que claro es, Oskar no les negaría nunca. (Hay veces que el odio puede asumir formas de lo más curiosas... como ésta de la de “clemencia”).
Eli, adolescente milenaria, decide acercarse e intimar con Oskar. Con los días (las noches mejor dicho), fluirá la amistad entre ambos. Y con la amistad, el amor.
Final primera parte - Esperan todos de pié
DIE BLECHTROMMEL (El Tambor-1979), de Volker Schlondörff
Interludio. La orquesta interpreta una brevísima variación sobre la melodía principal
Por fin la gran guerra ha terminado. Danzig fue declarada estado libre. A los polacos se les concedió la ciudad y una oficina de correos propia, donde Jan Broski, coleccionista de sellos, encontraría empleo.
También Alfred Matzerath, soldado alemán quien llegara con la marea, decidiría quedarse en Danzig, prendado de la gracia de una bella enfermera, Agnes.
“Los kaschubas (casubios) hemos vivido aquí desde siempre”, afirma Jan, “desde antes que los polacos y que los alemanes”.
“Eso pertenece al pasado, Jan. Ahora hay paz. Kaschubas, alemanes y polacos convivirán pacíficamente”.
“Ya se verá”, comenta por lo bajo Agnes a su madre; kaschubas ambas, fuertes, indoblegables y sensuales por raza.
“Ya veremos” contesta la madre.
Y Agnes se retira del mercado, del brazo de Matzerath y de la mano de Jan.
Fin del interludio. Enlazan sus brazos la bailarina y dos pretendientes
“Estos dos señores –nos relata Oskar Matzerath, el protagonista-, tan distintos entre sí, coincidían en sus sentimientos por mamá. Y se terminaron tomando afecto el uno al otro. Y esta trinidad fue la que me trajo a mí, Oskar, a este mundo, con el sol bajo el signo de Virgo, y con Neptuno en la X mansión celeste, nací signado por el portento y por el engaño”.
Vuelta al tema con repetición
El 12 de setiembre de 1927 fue cuando Oscarcito, que acusaba tres años, se propuso en su corazón no crecer ni un centímetro más de estatura. Niño era y niño quedaría por expresa orden de su férrea voluntad, esa misma que él demandaba impiadosamente a los suyos tan debilitados y vapuleados por todo tipo de pasiones, de debilidades.
Hijo como era de su propio tío, Oskar creció odiando a su entorno, a la cobardía de los polacos y de los kaschubas, y a los alemanes que de a poco se iban apoderando de sus pensamientos, de sus quehaceres, de sus edificios, de sus costumbres, de sus miserias, de sus orgullos, de sus propias vidas.
Pero Oskar no era un loquillo tirabombas ni cualquier malvado suelto.
Su odio –su daño- era producto de una maldad refinada, de una conciencia oscura y libre. Con los años se volvería un “niño hombre” que podía recurrir a su costado “niño” cuando la situación apremiaba, pero también se sabía comportar como hombre si la ocasión le era propicia.
Su sangre condensaba el rencor de los sometidos cuando éstos hallan ocasión de devolver golpe por golpe.
Y no que odiara a todo el mundo. Nada de eso.
Oskar encontraba en Kobyella, un oficial de correos, y en un tendero judío, Segismund Markus, mayores por quienes sentía un sincero aprecio. Los tomaba como seres auténticos (solo los trataba eventualmente) y les dotaba en su mente dañina e infantil de una consistencia que se contraponía a la endeblez de su propia sangre como ya vimos.
Segismund y Kobyella además, eran importantes para Oskar. Ambos entraron en la vida del Pequeño a través de un regalo que éste recibiera en ocasión de cumplir sus tres años: un redoblante de hojalata.
Y así con la “adultez” que manaba de su tambor y lo “ojalata” de su fantasía infantil, Oskar atormentaba a propios y a ajenos con su redoblar maquinal, constante, autómata y malparido, forzando –siempre forzando- a la trinidad familiar a sublimar tanto odio... en culpa.
Se sueltan los bailarines
Algunos eligen domar su lucidez y llevarla a paseo por campos verdes y apacibles. Otros prefieren aguzarla y clavarla en una verdad dolorosa y tangible; sólo que no consideran que cualquier verdad se desdibuja si se la aprecia desde el odio, que es miope por naturaleza.
Vuelta al tema sin repetición
Oskar Matzerath solo odiaba. Su tamborcito ahora preludiaba a un arma aún más dañina: su grito. Grito agudo e histérico que rompía los cristales del mundo de los adultos, que dotaban a Oskar de ascendencia entre otros niños, pero que sobretodo, buscaban quebrar todo aquello que dócilmente se entregaba al sueño de la voluptuosidad, del no querer ver... sueño que pronto recibiría un tutor de hierro que lo enderezaría de raíz: el nazismo.
Enlace Final
Dos películas que se plantean desde una absoluta libertad el tema de la maldad y los niños. Cierto es que los vampiros no tienen edad, o mejor dicho, tienen una edad disparatada para nuestro odómetro convencional de vida humana. Tampoco nuestro frenético tamborilero tenía una edad definida. Pero lo concreto es que Eli y Oskar Matzerath son dos engendros del demonio cuya naturaleza los condiciona y los define. Y que son pequeños ambos.
Pero claro es, aún los malos “suelen dar buenas dádivas a quienes quieren” (Mateo 7:9-11)
La maldad no impide a quien la porta a sentir afecto sincero por otros, incluso amor; o a mantener relaciones serias con otros pocos seres, o hasta de amistad. La creencia que el malo es malvado desde que se despierta hasta que se acuesta es un modo de caricaturizar el asunto más que de abordarlo. Si los buenos simplemente fueran “buenos”, y los malos, “malvados”, y si siempre actuaran conforme a la naturaleza que es de suyo propio, este mundo se volvería previsible e insulso, y la raíz misma de nuestra autosuperación -que es el conflicto permanente-, se vería mortalmente dañada por una simpleza que lejos de facilitar las cosas las elimina de cuajo.
Uno está tentado a escribir que los malos no tienen esos dilemas morales que sí tienen los buenos. Oskar Matzerath pareciera desmentir esto. Buenos y malvados son igualmente complejos. Volvemos a Jesús cuando sugiere que se deje crecer juntos al trigo y a la cizaña. Ni la cizaña se vuelve trigo con los años, ni el trigo cizaña. La naturaleza de ambas pareciera signada desde la semilla. La inmensa variedad de alternativas que puedan presentarse también quedan signadas por la naturaleza de uno y otro. El trigo podrá volverse en pan o no, pero la cizaña, no correrá nunca esa suerte.
Eli se enamoró de Oskar. Cualquier sentimiento parecido con el del amor, ya no es amor.
Eli se enamora y nuestro blondo Oskar también cae presa a su llamado. Ya la veremos a “Eli Mujer Furia” como hace pasar a mejor vida al puñado de muchachitos vándalos que tanto lastimaban a Oskar. Ya veremos a Oskar llevar hasta el suspiro final a un vecino entrometido que podría arruinar el secreto idilio de nuestra pareja de preadolescentes.
El odio en los niños y su consiguiente deseo de venganza no debe de extrañarnos (“recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte” nos ordena don Jorge Manrique). Cuando ese odio se adueñe de las emociones y de las acciones, lo demás... será solo cuestión de recorrido.
Saludo y genuflexión
La vida en todo caso, es el escenario en donde se puede ser egoísta de a dos; o generoso a manos abiertas. Y si no optamos por una de estas dos alternativas, quizás la propia fuerza de las cosas sea la que decida por nosotros, solo que después no podremos hacer más que llorar sobre una vida que lejos de vivirla... nos arrastra, o algo peor, “vivir” dedicando una vida entera a encontrar culpables –aún odiando sinceramente- y buscando una justicia que ningún dios conocido nos haya prometido alguna vez jamás en nuestra estadía terrenal... cuando en realidad nada de lo que nos ocurre nos es ajeno.
Nada.
Oskar Matzerath, el hijo de Agnes, es un fiel ejemplo de esto que afirmamos.
Llegó incluso Oskar a amar alguna vez... y fue una enana, Roswitha, de un circo que actuaba exclusivamente para oficiales SS.
La muerte de Roswitha por acciones de la guerra no cambiaría demasiado la cosa, como tampoco la muerte prematura de su madre Agnes, padre Alfred y su tío Jan, todas propinadas y preparadas por él propio niño demonio. Oskar podía amar sin dejar de odiar nunca. El amor no lo redimía, apenas lo distraía.
Después de todo, de haber otra vida, Oskar bien podría quejarse de su suerte y todavía habría oídos atentos a escucharlo y a exculparlo.
No sabemos nada de nada. Ni de vampiros; ni de niños, ni de guerras. Quizás el odio, como aquel primer amor, sean algo indiscutido aunque resbaladizos como para llegar a comprenderlos. Tampoco sabemos que tan cierto sea esto. No queremos aprender nada que ya no sepamos, y encima, no sabemos nada.
A no asustarse ni indignarse entonces con Eli.
La única maldad conocida, la que hace mal, la que odiamos y nos enfervoriza, es la que en el fondo reconocemos como propia. Y quizás, si no matamos a nadie o si no lastimamos más de lo que lo hacemos –aunque a veces hagamos mucho daño aún sin percibirlo- se relacione más con nuestra cobardía sostenida y disfrazada por años de educación bien masticada que a una noción concreta de bien. Nuestra naturaleza “mixta” nos vuelve medianos... y acá si me cierra el planteo:
Los mixtos son (somos) parias.
Ni de Dios ni del Diablo. Este es un mundo con miles de millones de mixtos y un puñado de demonios y dioses. Aquí les presentamos una muestra de este puñado.
Fin de la danza. Las Parejas se separan. Ella sonríe y sale rauda a conversar con sus amigas. El se sonroja. El amor siempre encuentra un resquicio por donde colarse.
Patricio Flores
Un Servidor
A la Memoria de don Antonio Machado
1 comentario:
Patricio Flores, es hermoso lo que escribiste. Imagino la danza y el piano. Mucho placer, gracias; lo lei varias veces.
De amor y de odio y de pureza. Me llegó muy profundo.
Gracias también por la poesía.
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