miércoles, 17 de mayo de 2006

Macario y Rasputin, el Monje Maldito

MACARIO (1959) de Roberto Gavaldón
RASPUTIN THE MAD MONK (Rasputín, el Monje Maldito-1966) de Don Sharp

Macario
En el medio de la nada, un campesino llamado Macario (Ignacio López Tarso) vive (o sobrevive) a través de la labor de repartir leña. Por supuesto, debido a su numerosa familia, Macario debe alimentar a sus hijos quienes, en virtud de su inocencia y hambre, devoran todo lo que se les sirve en la mesa. La esposa de Macario (Pina Pellicer). La obsesión se ceba en la mente del protagonista y decide aguantarse el hambre hasta que pueda saciarla con un pavo entero, solo para él. Es decir, un animal de granja que no tenga que compartirlo con nadie, ni sus hijos ni su esposa. A pesar de parecer tan egoísta, para comprender este deseo hay que ponerse en la piel de una persona cuya sustento básico implica una aventura diaria. Para evitar el aumento de su frustración y, en última instancia, su debilitación extrema, la esposa de Macario se anima a robar un guajolote y lo cocina solo para él, de manera que se lo da, medio a escondidas, antes de que Macario parta por la mañana rumbo al monte. En el medio de la nada, Macario se ve interrumpido de degustar su alimento por la visita de dos seres extraños que le piden una porción. Macario se las niega, a pesar de que estos seres pudieran ser Dios y el Diablo. Por último hace su aparición un ser muy particular (Enrique Lucero), a quien Macario le termina convidando. Este personaje, que resulta ser La Muerte, le agradece a Macario la buena voluntad, y lo congratula regalándole una vasija con un agua milagrosa. Al regresar al pueblo, Macario no solo ha saciado su hambre, sino que se convierte en hombre santo, debido a los poderes curativos del líquido, cobrando notoriedad al curar al hijo del gobernador.

Rasputín
Esto nos lleva a miles de kilómetros de México. A las frías pero igualmente agrestes comarcas rusas pre-revolucionaria, donde se mueven cosacos y duros campesinos que se dedican, en sus momentos de ocio, a beber la máxima cantidad de vodka posible. En una taberna donde se congregan varios, la esposa del tabernero está moribunda (Mary Quinn), y el doctor (Michael Godfrey) se revela impotente para curarla. En el medio de la lúgubre noche hace su aparición el bruto Rasputín (Christopher Lee) que exige vino. Ante la pesadumbre general, se introduce en la habitación donde yace la mujer en vías de dejar este mundo y la cura, a través de la imposición de manos. El tabernero (Derek Francis), ante la buena noticia, da una fiesta, y Rasputín se toma hasta el agua de los floreros. Este será el principio de una carrera breve, pero contundente, en la que Rasputín, asociado a un médico borrachín (Richard Pasco), logra valerse de sus efectivos dones de hipnotizador, para ingresar en la corte imperial (nunca aparece el Zar, solo la Zarina, y el pequeño príncipe Alexei), y establecer su propio consultorio místico en un castillo, donde se dedica al curanderismo haciendo uso de un poder sobrenatural de absorver las enfermedades de la gente a través de las manos.

Sendas paralelas
Ambos, Macario y Rasputín, caminan sendas paralelas y vecinas. Cada cual con su consultorio, uno utilizando un poder otorgado por la Muerte. El otro, con un don proveniente nadie sabe a ciencia cierta si de Dios o el Diablo. Si bien las ansias por comida de Macario no se comparan a la ilimitada capacidad de Rasputín de beber alcohol, la fama de ambos llega hasta las altas cumbres y las autoridades eclesiásticas (católicas u ortodoxas) deben expedirse sobre si sus actividades son aceptadas o no. Por último, ambos sanadores marchan rumbo a idéntico destino. Porque parece ser que dedicarse a sanar a los seres humanos a Macario le trae aparejado demasiados problemas con las autoridades, y a Rasputín, que se pone a las autoridades en el bolsillo, le conlleva odio y ansias de venganza por parte de los nobles perjudicados.

Moraleja
Si ud. puede curar, tenga en cuenta los precedentes de Rasputín y Macario. Saque antes su título de médico. Hombre prevenido, vale por dos.

Dedicado a Ignacio López Tarso y Christopher Lee

Darío Lavia

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