miércoles, 6 de junio de 2007

El Estrangulador de Boston y El Maquinista

THE BOSTON STRANGLER (El Estrangulador de Boston-1968) de Richard Fleischer
EL MAQUINISTA (2004) de Brad Anderson

El fontanero asesino
El Estrangulador de Boston es el apodo con que la opinión pública comienza a conocer al autor de varios ataques y muertes de ancianas solas. No hay violación ni robo. No hay pistas ni evidencias. No hay más certezas que el frío adocenamiento de cadáveres en la morgue. Los noticieros cooperan con la policía y difunden la alarma: "No abrir la puerta a extraños, no salir de noche, tener precaución al entrar o salir." Aún así, el anónimo estrangulador sigue cobrándose víctimas. El alcalde (William Marshall) toma la determinación de formar una oficina especial dedicada a la investigación de los crímenes y detención del asesino. No sin esfuerzo, logra convencer a un probo legislador llamado Bottomly (Henry Fonda) para ponerse al frente de dicho organismo. Pronto la histeria se propaga a las fuerzas del orden, y la policía comienza a aprehender a todo tipo de vagos y pervertidos, poniendo oído a infinidad de denuncias telefónicas y otro tanto de confesiones de supuestos "estranguladores". Un adivino de dilatados antecedentes (George Voskovec) realiza algunos pases mágicos y apunta la pesquisa a cierto tipo de degenerado (William Hickey). La aparición de una nueva víctima, una jovencita de color, aumenta la paranoia. Los noticieros remarcan que si bien antes las personas de la tercera edad tenían que andar con precaución, ahora todos tienen que cuidarse: ancianas y jóvenes, blancas y de color.

Ha transcurrido una hora de película en la que seguimos el accionar del Estrangulador a través de sus perseguidores. A partir de la segunda hora, tomaremos el punto de vista del asesino. Estamos a fines de noviembre de 1963 y la TV emite el funeral de John Fitzgerald Kennedy. Un padre de familia llamado Albert De Salvo (Tony Curtis) observa incrédulo las imágenes. Está deprimido y, a pesar que afuera es feriado por duelo nacional, y está todo cerrado, decide salir "a dar una vuelta" para despejarse, dejando a su esposa en casa haciendo los enseres domésticos. Mientras maneja, De Salvo observa un afiche de propaganda con una mujer en ropa interior. Su mente hace un click y estaciona su coche, tocando el primer timbre que encuentra. Afirma ser "el fontanero" y venir "para arreglar el baño". La primera mujer que le permite pasar (Sally Kellerman) está destinada a ser su próxima víctima. Se produce el forcejeo y De Salvo la amarra a la cama. En un momento se observa a sí mismo reflejado en el espejo y regresa en sí mismo, como luego de un trance. Sale corriendo, sin haber dado muerte a su víctima. Por supuesto, De Salvo termina siendo detenido y, aunque no es identificado por la víctima - que padece amnesia temporal por el disgusto -, queda retenido en un hospital mental. Ahí comienza una serie de conversaciones con Bottomly, que se propone determinar si De Salvo es o no responsable de las muertes. Pero su tarea no resulta sencilla, debido a que se enfrenta a una persona que sufre de trastorno de doble personalidad y el De Salvo que aflora para responder las preguntas es el inocente.

El maquinista asesino
La historia de Trevor Reznik (Christian Bale, 20 kg más delgado para encarnar este complejo personaje) es la de un perdedor nato. Hace un año que no duerme bien por un problema de insomnio. Trabaja en una fábrica en la que se encarga de operar maquinarias industriales. Es vapuleado por su capataz (Craig Stevenson) y es objeto de críticas por parte de sus compañeros de trabajo. Su único sol sale cada noche que se encuentra con Stevie (Jennifer Jason Leigh), una prostituta amiga. Hasta ahí su vida ordinaria y gris. El cambio se inicia cuando se encuentra con Ivan (John Sharian), nuevo operador que provoca una distracción a Trevor, que sin querer acciona una máquina que le cercena el brazo a un compañero (Michael Ironside). Será el comienzo de un espiral de paranoia y obsesión, en la que Trevor irá tratando de descubrir una supuesta conspiración en su contra, que posee ribetes kafkianos.

Ni los post-it que encuentra pegados en la puerta de su heladera (escritos quien sabe por quien), ni la misteriosa inclinación por encender cigarrillos en su automóvil, ni la costumbre de ir a tomar un café al aeropuerto a la 1 y media de la madrugada (donde es atendido por una bonita camarera), serán símbolos legibles a primera vista, pero en la fría conclusión, todo será tan claro como un mapa. Para encontrar la solución al misterio, Trevor debe sufrir hasta límites indecibles, se arroja a las ruedas de un automóvil y acude a la comisaria para denunciar como agresor al temible Ivan. Cuando Trevor informa el número de patente del coche de Ivan, el policía informa que esa chapa corresponde a un tal "Trevor Reznik". A partir de ese momento, toda la historia del protagonista como conductor "hit-and-run" que echa a perder la vida del hijito de Stevie regresa a su memoria, dándose cuenta que el robusto Ivan es la parte despreciable de sí mismo que su consciencia intentó expulsar (y de ahí la extremada flaqueza de Trevor).

Enlace
El cine nos enseña que las historias que vemos en películas, a veces, constituyen la realidad ficticia vista a través de los ojos de uno o más personajes. Sin entrar a enumerar casos, el hecho de que el Llanero Solitario o Superman pudieran pasar desapercibidos para la gente según usasen o no lentes o antifaz, implica que la percepción que los personajes hacen de los personajes también es variable según condicionamientos psicológicos (de los cuales las gafas y el antifaz son solo símbolos). El Estrangulador de Fleischer (un popular director ejemplo de eficiencia del cine hollywoodense) ofrece una visión compleja en su primer hora (múltiples divisiones de la pantalla y una inquietante frialdad testimonial para mostrar las escenas del crimen). En su segunda hora (recordamos, mostrando ahora el punto de vista de De Salvo), ya no hay tantas pantallas divididas, pero observamos las partición psiquica que sufre el protagonista. El De Salvo psicópata sexual vuelve en sí cuando se observa a sí mismo golpeando y a punto de matar a un ama de casa.

Décadas después, tenemos un esquema narrativo similar en El Maquinista de Brad Anderson (otro director que marcha camino a convertirse en artesano eficaz), aunque aquí la cámara nos muestra la realidad como la percibe Trevor Reznik, y nosotros ignoramos que Ivan y Trevor son la misma persona hasta que Trevor se da cuenta de ello. Para Trevor la causa es que "la culpa hace milagros". La culpa condena a Trevor, entre otras cosas, a caer en la manía de lavar incansablemente con lavandina sus pisos, como queriendo limpiar una mancha indeleble de su conciencia. De Salvo, en tanto, permanece ignorante de sus andanzas como estrangulador quizá por una circunstancia similar. Ni Trevor ni De Salvo podrían seguir viviendo concientes de sus naturalezas homicidas y cada película concluye cuando descubren lo que sus psiquis les ocultan.

Darío Lavia

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