Orlando y La Princesa Mononoke
Orlando de Sally Potter (1992)
La historia de un joven hermoso, taciturno y noble (de sangre normanda salpimentada con sangre sajona) que a inicios del siglo XVII se repartía entre el placer de los encantos de su condición y época, y su afición por la poesía.
Adoptado de muy joven por la Reina Isabel, ésta dotará a nuestro joven de aspiraciones y ambiciones, posesiones, títulos y mayor nobleza... todo en reconocimiento y premio a su gracia y su belleza. A cambio, la Reina exigiría de Orlando “no dejarse marchitar ni apagarse nunca, no envejecer”.*
Semejante legado y condiciones, y semejante mujer, no podría menos que alterar definitivamente su carácter. En tiempos de “cosas por su nombre”, de posturas sin ambigüedades, de hombres de guerra y de mujeres en sus asuntos, de soles ardientes y de pasiones impetuosas de una juventud ensalzada –herencia ineludible de la cultura clásica-, Orlando recibirá sus credenciales de eternidad de manos de una vieja y poderosa reina, saturada de política, de sangre, de intrigas... lúgubre fondo contra el cual la belleza y juventud de Orlando irradiaría en todo su esplendor.
Y fue durante la Gran Helada, que llegó el amor. Y con él, su primera gran frustración y dolor, de manos de una princesa rusa, Sasha.
Siendo hombre y siendo noble, aprendió de esta experiencia una lección que comprendería cabalmente con el correr de los siglos: La vida es un juego del que es imposible sustraerse.
Muchos aceptan sus reglas y sus condiciones tal y como les viene, pero hay algunos que las alteran... no todos los seres pueden ser comprendidos con la misma mirada, y quizás aquellos que se muestran más discordantes, sean los más deseados, los más bellos, los que se nos graban de por vida en nuestras mentes y en nuestros corazones.
Sasha aceptó la pasión de Orlando, pero rechazó su amor, y Orlando nunca olvidará esto.
Nuestro personaje ahora viaja al Oriente, a Constantinopla, en carácter de embajador.
Cuando vuelva, ya no será el siglo XVII, ni será embajador... ni será varón.
“…es cual flor que no esparce su aroma…” **
Guerra entre los turcos, vivencias entre gitanos milenarios, y una naturaleza tan indócil como excitante, dejarán otra impronta en nuestro Orlando quien, ya de vuelta en su tierra, deberá enfrentarse a la pérdida de todos sus privilegios. Siendo ahora mujer, quedará excluida de los amparos de la ley y de la médula social.
Ante la frivolidad y pobreza de su entorno –aunque orlada por nombres de peso- Orlando optará por seguir en soledad, y con el tiempo, volverá a Sasha (en sus recuerdos, es claro), reviviendo la frustración de la “presa imposible”, pero ahora del lado de la presa. Será ella quien dirá “no” al Archiduque H., y con esto, asumirá una postura desafiante a todo el sistema, a la época y a la tierra. Orlando se recibe de “mujer” el día que prioriza su independencia por sobre la propuesta de H., quien de buena fe le ofrecía abdicar para poder “volver” a reposicionarse en el juego de la vida: mujer casada...hijos... en fin.
No pasemos por alto el hecho que, luego de haber gozado de las atribuciones que tuviera como (hombre) noble, se negara a ceder fácilmente sus privilegios. Pero si no tenía opción, los perdería. Solo un matrimonio podría preservarle aún su patrimonio.
“(El amor) no descansa hasta no revestirse de carne y sangre...” ***
Su osadía se vería recompensada cuando una tarde -desbordante de soledad y poesía-, apareciera Shelmerdine “el Hombre”. Ella le ofrecerá su mano contrariando toda convención... y ya Orlando no será más Sasha etérea y huidiza; ahora será Mujer de Un Hombre. ****
Claramente queda expuesta su voluntad de imponer y afirmar su calidad de mujer independiente. En el felm, Shelmerdine “cruzará espadas” con Orlando, pero no aceptará el matrimonio.
Ya asentada y definida su sexualidad y su madurez, podemos especular que su lenta transformación encuantra un paralelo con el proceso madurativo de la propia Inglaterra.
Una adolescencia arrogante (Isabel I) a un período más aplomado y estable (Eduardo VII), donde todo “parecía haberse encogido” al decir de nuestro querido o querida Orlando... donde el sol ya no se adueñaba de los quehaceres ni la luna de los placeres, y donde un anillo en el cuarto dedo de la mano izquierda conllevaba compromiso solemne entre hombre y mujer, constituyendo frontera indiscutible que separaba lo admitido de lo inadmisible. A la pasión de tiempos isabelinos, se oponía ahora la fidelidad, la modestia, el decoro, las miras a largo plazo, la especulación, la abreviación, lo estrictamente útil y práctico. La hemos visto pasear en faetones, en duques, en hansones, en landós... y ahora vemos a Orlando en una Norton con sidecar, junto a su hija.*****
Ya en pleno siglo XX, publicará sus vivencias en un libro. Será el corolario de vida de quien supo ganarse el derecho de sobrellevar siglos sobre sus espaldas, siendo siempre fiel a la estatura que obligaba la nobleza de su sangre.
La Princesa Mononoke, de Hayao Miyazaki (1997)
Una aldea medieval ******, una mañana apacible y soleada, se verá consternada por la irrupción furibunda de un dios jabalí que profana la calma a puro destrozo y sangre.
Un valiente y joven príncipe, Ashitaka, enfrentará al dios y lo vencerá con certero flechazo en un ojo, rematándolo con otro en medio de la frente.
Hechos los honores al dios muerto, Ashitaka se descubre en su brazo una marca, producto de una esquirla del combate. Ese daño, que con el transcurso del tiempo se iría extendiendo al resto del brazo y luego a todo el cuerpo, sería mortal para el príncipe.
Buscando el oráculo, Ashitaka comprenderá que su vida se acorta rápidamente. No obstante ello, tendrá la oportunidad de salir a enfrentar su destino, desandando el camino del dios jabalí, y buscando comprender el origen de su ira y de su embestida. Se llevará consigo la bala de hierro que extrajeran del costado del dios muerto, proyectil que causaba el dolor que explicaba su ceguera y arremetida.
“Lo que en verdad existe, puede ser en verdad conocido” *******
Ashitaka y su fiel reno dejarán la aldea y se adentrarán a un mundo de samurais sanguinarios, de mercaderes especuladores y vocingleros, de robos y pillaje. Allí conocerá a un extraño monje, Jigo, quien al ver la munición (la extraída del costado del dios jabalí), le relatará la historia de una “ciudad de hierro” que linda con un bosque fantástico, último refugio de dioses animales, en donde reina el “dios de los bosques”: un caminante nocturno que durante el día asume la forma de ciervo con rostro humano, y que de noche yergue sobre sus extremidades traseras y crece en varias veces su tamaño, cobrando forma de deidad antropomórfica. Su gobierno es de paz. No obstante, las continuas incursiones en busca de minerales y la constante tala de árboles, han puesto a dioses y animales del bosque en pie de guerra contra dicha ciudad, ciudad donde gobierna con mano firme una Dama, Lady Eboshi.
Ashitaka tendrá un encuentro casual donde se enfrentan ambas fuerzas y allí conocerá a Mononoke, una muchacha criada por Moro, una diosa lobo, y que era la líder de una reducida manada. De esta vivencia, Ashitaka rescatará de la muerte a un par de habitantes de la ciudad, e iniciará un camino que lo exaltará y a la postre, permitirá preservar su vida: el camino de la paz.
La trama se torna muy compleja en este punto, y no es afán de este servidor aburrir (aunque lo logra con un nivel de refinamiento que a veces es admirable).
Pero permítaseme saltearme hasta el hecho que, luego de un combate decisivo en que mueren casi todos los animales, muchísimos hombres, y queda derruida la “ciudad de hierro”; pereciendo incluso el propio “dios de los bosques”, Ashitaka alcanzará y comprenderá el propósito de su viaje... quizás también el “porqué” de su herida a tan temprana edad.
El final nos muestra un pueblo devastado, un Ashitaka iluminado, y un escenario donde se podrá reconstruir otra ciudad, pero esta vez, basada en principios bien distintos a los que la forjaran en el pasado; en el principio de la armonía entre todos los seres que habitan ese espacio, hombre, animal y dios. Lady Eboshi tanto como Mononoke seguirán distanciadas pero seguramente, su lectura de los hechos y sus motivos de venganza, habrán cambiado para siempre.
Enlace
Ambos felms tienen el noble cometido de presentarnos en sociedad la importantísima figura de la “mujer”. Se destacan por lejos -dentro de una vasta iconografía- de aquellos que se posan solo en lo obvio, o en aspectos poco creíbles o razonables.
Ambos refieren historias de príncipes y princesas, y de las obligaciones derivadas de tales estirpes.
Podríamos agregar el interesante carácter de “refundacional” que conllevan las guerras, tema apasionante y complejo.
Pero entre muchas, me gustaría destacar solo una: “vivir” es el “derecho” que debe ganarse, jugando el juego de la vida.
Siendo innecesario el distingo entre “vivir” y “despertarse respirando”; seguiremos en la dirección en la que el “vivir” significa “definirnos”, “orientar nuestra nave insignia”, plantearnos y plantear permanentemente el rumbo de las cosas, tomar decisiones que afecten nuestro norte actual y corregir todo aquello que no da los resultados esperados.
Este “vivir”, si bien arranca con el nacimiento, no es hereditario ni transmisible ni tiene relación alguna (que yo vea al menos) con títulos o con cunas de abolengo. Es más, ni siquiera tiene que ver con el sexo con que nacimos.
No todos los esfuerzos serán exitosos ni todos los hechos serán conducentes; el azar, nuestro hogar, las personas que conocemos y las que no conoceremos jamás, también juegan un papel en todo esto. Nunca navegaremos dos veces el océano de la vida********. Orlando y Ashitaka lo tuvieron muy presente.
Orlando no había nacido mujer, pero llegaría a serlo. Tampoco había escogido su sexo. Nadie puede hacerlo. Pero lo que sí es de suyo propio y lo será por siempre, será su identidad sexual, con todo lo que implica.
¿Operan fuerzas ingobernables? Muy cierto, pero solo recién cuando el esfuerzo humano ha llegado al límite de sus alcances, de sus posibilidades. *********
A veces, esta búsqueda se debe a condiciones innatas del ser, y otras veces, la vida es quien presenta la circunstancia.
Este es el caso. Ashitaka podría haber sido un gobernante justo en su aldea; sin embargo, un dios arrebatado lo obligó a salir a enfrentarse a su destino. A su retorno, Ashitaka estará mezclado entre dioses y reyes, como uno más entre ellos.
Dejemos la última palabra a la genial Virginia Wolf
“La vida, según convienen aquellos cuya opinión vale algo, es el único tema digno del novelista... según esas mismas autoridades, nada tiene que ver con estar sentado en una silla, pensando. El pensamiento y la vida son polos opuestos. Por consiguiente –ya que sentarse en una silla y pensar es precisamente lo que ahora hace Orlando-, solo podemos recitar el almanaque, rezar el rosario, sonarnos las narices, atizar el fuego y mirar por la ventana hasta que haya concluido. Orlando estaba tan quieta que se hubiera oído hasta la caída de un alfiler. ¡Ojalá hubiera caído un alfiler! Siempre eso hubiera sido alguna vida. O si una mariposa hubiera entrado por la ventana y se hubiera posado en su silla, uno podría escribir sobre ello. O si se hubiera levantado a matar una avispa. Ya podríamos empuñar la pluma y escribir. Ya habría una efusión de sangre, aunque de sangre de avispa. Donde hay sangre, hay vida. Y aunque matar una avispa es una bagatela en comparación con matar un hombre, es sin embargo, un tema mejor para el novelista o el biógrafo que este mero dejarse vivir, este repensar, este inmovilizarse en una silla día tras día, con un cigarrillo y una hoja de papel, una pluma y un tintero”.
Patricio Flores
A Dorothy Gale y a Tilda Swinton.
Notas:
* Dorian Gray, ¿no?
** Del bolero “Una mujer”, de don Gregorio Barrios
*** Virginia Wolf, “Orlando”
**** En la novela, se casarán ambos, y Shelmerdine vivirá de travesía en travesía, cual su naturaleza viril, mientras Orlando lo sueña despierta y lo espera, cual la suya.
***** En la novela, tendrá un hijo, y será varón, y será de Shelmerdine, cuya belleza andrógina como la de Orlando nos sugiere que alguna vez, fuera mujer, y deviniera con los siglos en varón.
****** Para los japoneses, si no hay una aldea y no son tiempos medievales, no hay felm posible.
******* Sócrates, del “República” de Platón
******** Parafraseando a Heráclito el Oscuro
********* El cambio de sexo de Orlando (entiéndase bien) me lleva, en cuanto milagroso, a un Bowman ya en manos de su destino estelar, iniciando su nuevo ciclo evolutivo. (Odisea 2001)
1 comentario:
muy lindo este link, gracias Pato
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