domingo, 30 de agosto de 2009

Pink Floyd - The Wall y Doce Hombres en Pugna

“En algún recodo de tu encierro puede haber una luz, una hendidura. El camino es fatal, como las flechas. Pero en las grietas está Dios, que acecha” (1)

Pink Floyd The Wall (1981) de Alan Parker
Pink es un joven y aclamado artista de rock enmarañado en cuestiones existenciales. Busca evadirse, volverse feto, niño, refugiarse en el útero materno. Pero mientras camina en su viaje hacia el centro de la vida, imágenes de una niñez ya olvidadas le hacen ver que las cosas no eran mejores antes. Intuye que tampoco nunca lo serán. No halla sosiego en su niñez, niñez signada por la prematura muerte de su padre durante la segunda guerra así como por una madre asfixiante y sumida en depresión. Pero no es todo. La frazada que debería cobijarlo y ocultarlo por completo a lo largo de su regresión, está roída, apolillada. Y por entre los agujeros, se cuela la presencia de sus fans, la estúpida e irritante mueca de su representante, y todos y cada uno de los rostros de la violencia... violencia Siglo XX, violencia de soldados que se ocultan en trincheras fuera de los hogares y dentro de los televisores; violencia de maestros, de padres y de niños... Pero sigue retrocediendo. Hace rato que dejó atrás su casamiento, escala obligada en el camino de la vida... ya pasó por la escuela, y ya se ve a si mismo bebé. Falta cada vez menos.

Nota con asombro que a lo largo y al costado del camino subyace un elemento otrora indiferente más ahora constituido en un verdadero interrogante: un muro. Un interminable e inexpugnable muro de ladrillos de piedra. Al tomar conciencia, no podrá evitar el agobio que éste muro le provoca. Podrá vadearlo –piensa nuestro amigo- solo retrocediendo hasta el mismo día de su construcción. Descubrirá para su desconsuelo que este Muro puede adoptar formas diversas. Puede ser tal como se lo vé, o puede cerrarse mágicamente a modo de una bacinica con él mismo en el fondo, y dejarlo rápidamente sometido y a expensas de una terrorífica vagina gigante.

Pink seguirá insistiendo y retrocediendo hasta llegar al origen de todo, al “hombre pupa”. Cuando la pupa se abra, Pink será un dictador.

12 Angry Men (Doce Hombres en Pugna-1957) de Sidney Lumet
Un hombre acaba de ser muerto a puñaladas aparentemente por la mano de su hijo. La historia nos lleva al juzgado y a la voz del juez advirtiendo al jurado acerca de la importancia de hallar consenso y unanimidad en un veredicto que puede conllevar un destino fatal. O sea, la historia nos obliga a reconstruir un juicio que jamás veremos sino solo a través de las deliberaciones de los doce miembros que componen el jurado. Todo parece indicar que estamos ante un caso de rencilla doméstica y muerte. Pero un hombre, el jurado nº 8, piensa que al menos por una cuestión simple de conciencia, deberían exponer el caso entre ellos una vez más para ver si en el repaso podrá elucidarse el asunto de otro modo o al menos encontrarse una duda razonable que exima al joven de expiar la vida de su padre con la suya propia.

Y lo que empezó siendo un mero ejercicio de responsabilidad cívica, terminará haciendo ver a todos cuan distintos pueden ser algunos asuntos de lo que dictan las apariencias; cuan insensatos –y peligrosos- suelen ser los juicios de valor cuando no se los exponen a discusión; y cuan desaprensivos son los hombres por naturaleza. El jurado terminará absolviendo al joven: “revisionar” es un bello ornamento de la madurez.

Enlace
Alguna vez afirmamos desde el corifeo, que “toda tragedia se resume a uno solo”. La historia de Pink es fiel reflejo de una serie de acontecimientos que signaran oportunamente a toda una generación. Cada generación tiene sus propios monstruos así como sus propios ideales. Cada uno libra sus propias batallas dentro de su propia guerra. El monstruo –el de afuera y el de adentro- vive mutando, se alimenta de cambios. “Es” los cambios. Queremos asirlo, definirlo, encuadrarlo y dominarlo. No podemos. No sabemos cual es su naturaleza. Nunca lo sabremos. Así también con la religión, las ciencias, el mar, el hombre mismo. “Reconocernos” en lo que somos hoy y ahora es un simplismo y tiene sus consecuencias. El no contemplar la inexorabilidad del cambio suele transformarnos en seres predecibles, ocres, obtusos, poca cosa. No somos una foto; somos una larga novela. No es extraño que estos temas generen zozobra en ciertas almas. Sabemos que cambiamos. Es suficiente.


En el escenario de Pink conviven representaciones contradictorias, deseos prohibidos, sentimientos tan ambivalentes como sádicos, o dicho de otro modo, este Pink era todo un “ser humano”. El asunto (la experiencia siempre es una diosa amiga) es que la salida del agobio, el sol, está ahí, a la mano, siempre. Un muro podrá obstruirnos su visión, pero es todo lo que puede hacer. Para algunos es demasiado.
A veces este sol es comparable a la aceptación sin más de nosotros por nosotros mismos.

El anónimo joven (¿parricida?) probablemente no tendría semejantes disquisiciones. Su modesta condición social, el clima de riñas permanentes tanto en el barrio como con su propio padre, quizás le negara algo de eso llamado “introspección”. No lo sabemos. Pero en un final a todo o nada, entendía perfectamente cual era su situación, los lazos débiles que lo mantenían con vida, y su dependencia de la buena conciencia de un grupo de perfectos desconocidos -que, de no ser por el jurado nº8, lo hubieran condenado sin mayores remordimientos-. Sentía la sedosidad y levedad del hilo del que pende toda una vida, la suya propia. No es poca cosa.

Todos somos humanos (2). A veces, ciertas instancias de nuestras vidas referentes a salud, trabajo, desarrollo profesional, penden de la capacidad de observación de los otros, de sus necesidades, de “qué tanto se involucren”, aún de sus caprichos o medianías. Pink buscaba ayuda desesperadamente, pero solo encontraba caos. Su vida no significaba nada para él, y hacía rato le era indiferente también a su entorno. Siempre apoltronado en un sillón de hotel, Pink vivía como aguardando una sentencia inexorable. Y llegó nomás, condenándolo a mudar de personalidad, adoptando una nueva, aparentemente invulnerable. Tan invulnerable como el Muro. O como el Destino.

Patricio Flores, un servidor

En el estribo: La vida bien podría ser un largo juicio, donde aportamos elementos que nos absuelvan o condenen.



Notas
1) “Para una versión del “I King””, de Jorge Luis Borges

El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.

2) Extracto del inmortal brindis que ofrece Alfredo en honor a la bella Vittoria en “La Traviata” de Giuseppe Verdi. Son las palabras de Vittoria que, en cierto modo, se sitúan del otro lado del teclado de lo que acabamos de leer de don Jorge Luis.

“Tutto è follia nel mondo
Ciò che non è piacer.
Godiam, fugace e rapido
È il gaudio dell'amore;
È un fior che nasce e muore,
Nè più si può goder”.

“todo en el mundo es locura
salvo el placer.
Alegrémonos
en lo efímero y fugaz
Del amor.
que es una flor que nace y muere
y no siempre se podrá disfrutar”.

Amén.

1 comentario:

Cine Braille dijo...

Fijate también que hay una simetría inversa pero convergente entre Pink y el acusado: Pink edifica ese muro para protegerse de un mundo amenazante (guerra, desamor, violencia, incomprensión) y ese muro amenaza convertirlo en un fascista que descargará su náusea vital en los demás. Por su parte, el acusado termina necesitando que alguien se juegue por él. Por ambas vías se subraya la necesidad que tenemos de los demás, como seres sociales. Y corolario lógico, la necesidad que los demás tienen de nosotros.
Muy bien escrito además, don Flores.

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