La Gran Comilona y Entrenando a un Dragón
LA GRANDE BOUFFE (La Gran Comilona-1973) de Marco Ferreri
Cuatro amigos deciden quitarse la vida comiendo… hasta reventar.
Philippe, el dueño de casa, es juez de la corte. Su vida de fallos y sesiones mantiene en buen resguardo un costado degradante; su relación amorosa con Nicole, quien fuera su aya de niño y que hoy ejerce una ascendencia inusitada sobre nuestro juez manipulándolo, masturbándolo.
Michele es un reconocido productor de TV. Un episodio con su hija nos deja ver en él algo de hedonismo y cierta obsesión por la higiene. Michelle es músico, es iniciado en el ballet, refinado observador de personas y cosas, varón de enriquecidas lecturas y de modos amanerados.
Ugo es chef internacional. Será quien tome la batuta culinaria en todo momento. Su esposa, delicada e histérica, no logra sonsacarle a donde diablos va con tanta prisa, llevándose las cuchillas y conservas de la casa. Mordaz, cínico e histriónico, Ugo es el menos descifrable de los cuatro.
Marcello es comandante de avión. Acaba de aterrizar cuando lo vemos relacionarse con el resto de la tripulación. Agresivo, vulgar, con rasgos de morbosidad, se confiesa “obseso del sexo”. De modos nerviosos y esencia fetichista, sin vida interior de peso y abocado a la mecánica de los aviones, de los autos y de las mujeres.
A poco de iniciadas las acciones, vemos a Ugo apropiarse de la cocina, a Philipe asumiendo un rol paternalista y de sostén moral del cónclave, a Marcello adueñarse del piso superior y a Michelle hacer lo propio con el piano y el gramófono. El lugar estaba lo suficientemente acondicionado y aprovisionado como para que la muerte los encontrara a cada uno en su ambiente, con sus cosas y... rodeado de amigos (el Hastío es hermano de sangre del Capricho)
Pero Marcello arruina –o no- la santidad de propósito cuando se decide y convence a Philippe de involucrar mujeres en la gesta, detalle que no haría más que anular la asepsia pretendida por Philippe, alborotando los ánimos del cónclave y de sus conjurados.
Y así llegaron las muchachas y entre ellas vendría una maestra de escuela, Andrea.
Ahora, ¡a comer se ha dicho!
Como Philippe no ha logrado imponer su impronta moral en el asunto, todo vale y nada tiene mayor limitación que la del deseo de cada uno de los participantes. Sexo, lujuria, comida, promiscuidad, tufos, trifulcas y hasta la explosión de la caja ascéptica acompañan a nuestros scouts en su búsqueda de la felicidad hasta la misma muerte.
Pero de a poco se empiezan a ir las muchachas... los varones no pueden seguirles el ritmo –a excepción de Marcelino y eso de “comer por comer”, ya les proveyó de todo el glamour que tenía para ofrecerles. Lo interesante es que nuestra maestra es quien decide quedase con el grupo. Quizás haya sido la salida de las muchachas la que la decidiera; ahora ella será el único foco de atención entre la manada. Vemos a Andrea como de a poco va soltando su corsé de mujer educada y educanda para volverse hembra liberada a sus instintos y a los del entorno.
Comienzan a morir los protagonistas. Marcello es el primero. Quiso la impiadosa Erinia que antes de morirse probara del vino picado de la impotencia. Su muerte no podía haber sido más atroz y vergonzante: él, un toro del sexo, no podría con una simple maestra algo erotizada.
Michele le seguiría pronto. Enamorado como estaba de Marcello, no soportó su muerte prematura. Y un fulminante ataque gastroenterológico se lo llevaría. La Erinia no mostró sarcasmo en Michele salvo una interminable deflagración de gases que concluyera en su deceso.
Ugo fue quien recibiera una muerte pensada y madurada a su medida. Sabía que la ingesta de un paté para veinte personas hambrientas era suficiente munición para el arma de su hígado. Mientras Philippe le arrimaba los últimos bocados a la boca, Andrea tenía la cortesía de masturbarlo. Un orgasmo lo trajo al mundo y un orgasmo sería su último recuerdo.
Quedaron Philippe y Andrea y el puñado de perros callejeros que se iban acercando a la propiedad a medida que volaban alimentos por las ventanas, producto del hastío, la saciedad y le repulsión de los conjurados.
Justo cuando llegaba un camión de reaprovisionamiento, Philippe cederá. Su diabetes le dejaría que terminara sus días con un doble flan gigantesco con una decoración de merengue y dulce a modo de dos pezones. No fue una muerte como la de Ugo, pero tuvo su encanto.
HOW TO TRAIN YOUR DRAGON (Entrenando un Dragón-2010)
Un pueblo de vikingos vive en un acantilado a orillas de un mar desconocido.
Soporta a su tiempo la invasión de dragones quienes saquean de animales sus granjas y siembran el terror entre el pueblo. Los vikingos rechazan y muelen a hachazos y mazazos a decenas de estos alados e ígneos invasores, pero no logran evitar que, a su tiempo, vuelvan y causen estragos entre el poblado y las haciendas.
Un niño, Hiccap, esmirriado, curioso y muy despierto, será nuestro protagonista principal. Su tozudez por convertirse en vikingo lo lleva a asumir riesgos siempre infructuosos y nunca exentos de complicarle la vida a los aldeanos.
Una noche de invasión, Hiccap le dará caza a un dragón temible. Su disparo de cañón con dos balas encadenadas daría justo en el fuselaje del monstruo.
Hiccap esperaría a la salida del sol y así rastrear el lugar donde había caído su presa cuando, al llegar a un claro en el bosque, se encontrará con un gigantesco dragón negro. Sus balas lo habían enlazado y volteado de su vuelo rompiéndose al caer su alerón y con él toda posibilidad de huida. Así, con un dragón inmenso a su merced se le presenta la disyuntiva de matarlo o liberarlo de las correas. No tiene agallas para lo primero, pero le sobran como para mantener en secreto a su presa viva al tiempo que para inventar “algo” que reemplace la parte dañada de la cola de esta rara especie de dragón, que no figuraba en los anales.
Y así Hiccap, aprendiz de herrería, preparará un complemento ingenioso que, encastrado en su cola, le permitirá remontar vuelo al dragón sólo si éste acepta ser cabalgadura del propio Hiccap.
Durante el tiempo de desarrollo de esta pieza, niño y dragón irían abriéndose mutuamente las puertas de acceso a sus respectivos mundos hasta alcanzar una verdadera amistad, dotando al niño de poderes fuera de lo normal así como al dragón de la posibilidad de convivencia entre humanos sin perder su capacidad agresiva y de daño..
Usted, pícaro, ya imagina el final de la historia. Igual, se lo vamos a contar.
Se descubre la verdadera causa del flagelo de la invasión de dragones a nuestra aldea. No es una mera necesidad de alimentarse sumada a vandalismo como se suponía. Es que a pocos kilómetros de nuestras gentes había un nido que albergaba la terrible presencia de un dragón reina, cuyo tamaño era la sumatoria de todos los dragones... una verdadera montaña demandante de alimento fresco, que sometía como buena reina a sus obreros en la tarea de ser alimentada. O sea, para facilitar la metáfora, la causa de la tragedia era tan agobiante para nuestras gentes como para los dragones involucrados.
Nuestro niño montado en su corcel gigante dará pelea y vencerá a la reina, liberando a humanos y a dragones del flagelo. Así nacían los nuevos tiempos de convivencias, tiempos en que dragones son adoptados por niños como mascotas. Porque en ese pueblo, nada de loritos ni de ponies: solo dragones.
Enlace
Interesantísimas ambas historias. Los dragones, como los mosquitos y las viruelas, no están a la mano del hombre el crearlos ni el aniquilarlos. Puede combatirlos y sacárselos de encima por un tiempo, pero eso es todo. Uno puede tratar de entender su comportamiento, lo que seguramente dará mejores elementos a la hora de combatirlos. Si uno da un paso más, podría decir que el dragón es toda aquella cosa que negamos o rechazamos simplemente por no conocer su naturaleza, lo que deriva en angustia y miedo... porque hay un daño y ese daño duele.
Una relación madura, convivir, soltar amarras en el propio acto sexual, asociarnos en emprendimientos conjuntos, asumir riesgos, hablar en público, exponer ante un auditorio, soltarnos o dejar ese empleo administrativo... en fin. A estos dragones bien podemos eliminarlos para que no nos sigan torturando... o intentar montarlo.
Nuestros cuatro amigos no eran personas comunes. Sus profesiones hicieron de ellos personas notables y admirables hasta cierto punto. Pero la vida les presentaba dificultades que ellos destilaron hasta convertirlas en degeneración. Sus miradas lo dicen todo; casi que ni hay vestigios de algo sano en esas mentes. Todo lo que tocan se corrompe en voluptuosidad.
La sensualidad es un tipo de dragón. Quien no la tiene –o mejor dicho, no puede domarla y exhibirla... "dragonearse" en su relacionarse con el otro-, la anhela, juega con tenerla, y quizás fracase a la hora de la verdad, solo por no entender que a un dragón no se lo monta (¡pícaro Flores!) con buenas intenciones o con merecimientos sino desentrañando su naturaleza y asumiendo equivocaciones en todo el proceso, insistiendo…hasta encontrarle la vuelta al asunto.
Claro, hay personas que doman de éste tipo de dragones sin ninguna preparación aparente o conocida, pero... como bien enseña el film, hay especies bien diferenciadas, aunque todas ellas reúnan características propias de una especie que los aglutina a todos.
Todo asunto de los hombres tiene su vuelta. Encontrarla nos justifica y nos hace mucho bien. No encontrarla nos limita y nos torna miserables.
El exceso de sensualidad –encarnado por Marcello- torna a su portador en un ser despreciable por la misma razón que su sola presencia priva de matices y de profundidad cualquier relación posible. Todo se subsume al erotismo; todo es monocromático, como dicen que ven los perros.
Conocer la naturaleza de aquello que nos limita y cohíbe y alcanzar un equilibrio... debería ser una buena razón para levantarnos por las mañanas. Claramente se aprecia la ventaja de cabalgar sobre un dragón por sobre la de montar un caballo o una oveja.
La Yapa
Así también en los pueblos. En el nuestro, hay dragones. Corren “gotas de sangre jacobina” (Antonio Machado) por nuestras venas. Asumimos –y exigimos- un respeto y una convivencia que lejos está de sernos algo natural, propios; es pura afectación, puro histrionismo. Como el de Ugo. Odiamos la violencia sólo por no entender que es parte de nuestra naturaleza. Hacemos algo peor que esto; la dotamos de moral. El problema está en que –como dijéramos en el díptico anterior, el odio es miope.
A veces, deberíamos imitar el ejemplo de ciertos niños como Hiccap y de paso, dar cumplimiento a la profecía de David que enseñaba que “de boca de los niños pequeñuelos y de pecho te has preparado... a fin de que enmudezcan enemigos temibles y rebeldes” (Sal. 8:3)
Patricio Flores
Un Servidor
1 comentario:
Amigo Flores, en Dionysos está el placer y la sensualidad, el roce con la divinidad, pero también la sordidez y la abyección, la recaída en la pura animalidad, y la distancia a veces no es muy grande. Internarse en el mundo de Dionysos no es sopa, ni suele ser gratis. Un abrazo.
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