jueves, 5 de abril de 2007

300 y La Cruz de Hierro

300 (300-2007) de Zack Snyder
THE CROSS OF IRON (La Cruz de Hierro-1977) de Sam Peckinpah

300
Estamos en el año 480 A.C. y la acción se inicia en uno de los tantos reinos en los que estaba dividida la Hélade: Esparta. Esta nación, guerrera por excelencia, recibe la visita de una delegación de emisarios persas que anuncian que el "Gran Rey" (título de Jerjes, rey persa) dominará toda Grecia en breve y que si dan una ofrenda de tierras y agua, les reconocerá como reino vasallo. El rey espartano Leónidas (Gerard Butler) otorga su respuesta inmediatamente, matando y arrojando a los mensajeros a un profundo pozo, lo que equivale a declarar la guerra al invasor.

Se prepara la guerra
Esparta prevee colocarse al frente de una alianza de varios reinos griegos, para prestar batalla en un punto estratégico ubicado al norte de Grecia, el paso de las Termópilas, por el que la gigantesca armada asiática debe cruzar para ingresar al corazón de la Acadia. Sin embargo, los sabios augúres y el Consejo de los políticos espartanos descreen del plan, dado que el ejército no puede ir a la guerra en tiempo de festivales religiosos. Como Leónidas y su guardia personal de 300 guerreros de elite no están subordinados al Consejo, planea "ir a dar un paseo por el norte", dando pie esta medida a que surja cierta conspiración (escuetamente mostrada en la película) que termina siendo resuelta de manera magistral por la Reina Gorgo (Lena Headey) munida de la espada de un guardia. Pero pasemos a lo importante, es decir, la acción.

Termópilas
Apostados en el angosto paso, un emisario persa solicita que Leónidas entregue sus armas, a lo que el rey responde (lacónicamente) "venga a tomarlas". Así los espartanos resisten la primera carga de tropas persas y se dan el lujo de empujar a sus atacantes hasta arrojarlos al mar. Esto enfurece al líder persa, que envía nuevos ataques de varios de sus ejércitos vasallos (tartaros, afganos, indios con elefantes, incluso un rinoceronte de guerra), todos infructuosos. Pasa un día y otro, atacan los Inmortales, guardia personal de Jerjes, y a pesar que mueren espartanos, los invasores llevan las de perder porque no logran su meta. Hay otro intento de negociación, a través de una amenaza: "si no depone las armas, oscureceremos el cielo con nuestras flechas", a lo que el aguerrido León responde luego de pensárselo, "entonces, pelearemos en la sombra".

Un Ancestro de Quasimodo
Aparece Efialtes, un jorobado deforme (probablmente ancestro de Quasimodo de Notre-Dame), que ofrece su brazo a la gesta de Leónidas. Sin embargo, su deformidad impide que luche a la par de los guerreros hoplitas, de manera que es rechazado. Efialtes, que conoce un paso alternativo para ingresar por detrás de las Termópilas, va a la decadente corte de Jerjes (un gigante lleno de piercings y de aspecto similar al de cualquier travesti de zona roja), vendiendo su secreto a cambio de mujeres y oro pero, sobre todo, un uniforme.

Ataque final
Luego de varias alternativas, Leónidas decide sacrificarse junto con su tropa y termina rodeado por el enemigo. Hay una última oferta, esta vez con el magnificente Jerjes en persona conduciendo el ataque: si Leónidas se arrodilla ante el "Gran Rey", salvará a sus sobrevivientes y a su reino. Pero un espartano no se rinde ni se doblega, así que un diluvio de flechas liquida la última resistencia. Termina siendo una victoria pírrica (antes que se acuñe históricamente esa frase), dado que la valerosa muerte de Leónidas levanta a toda Grecia en armas, sirviendo esto como prólogo a la batalla de Platea, en la que sí caerá derrotado el ejército persa (pero que el dilatado metraje del felm no nos muestra).

La Cruz de Hierro
Pegamos un salto de 23 siglos y caemos en 1943, en el Frente Ruso, donde las tropas alemanas defienden sus posiciones frente al enemigo soviético, a pesar de las inclementes condiciones climáticas y de la inmensa extensión de sus líneas de abastecimiento. A dicho infierno llega, proveniente de la relativamente tranquila Francia Ocupada, el Capitán Stransky (Maximilian Schell), un militar aristocrático prusiano, cuya mayor ambición es conseguir la condecoración conocida como "Cruz de Hierro", que le permitirá regresar a su hogar cubierto de gloria y honor (cosa a la que no podía aspirar desde su cuartel francés). El comandante de la guarnición, el Coronel Brandt (James Mason), sabe que la batalla está perdida y junto con su subordinado, el Capitán Kiesel (David Warner), entiende que retirarse con la mínima pérdida de vidas es lo más inteligente. Stransky pretende lo contrario, contratacar al implacable enemigo, para lo cual se topa con una realidad chocante: soldados desmoralizados, sucios, faltos de alimentos y Steiner, un cínico cabo (James Coburn), que tiene más devoción por sus soldados que por sus superiores.

Férrea rivalidad entre oficiales
Pronto Stransky se percata que Steiner será un obstáculo si quiere obtener la preciada medalla, así que conspira, primero introduciendo a un miembro de las SS como integrante del batallón de Steiner (oficial que sorteará un momento complicado frente a un grupo de soldadas enemigas -si cabe el término); luego cortando las comunicación radial durante un bombardeo enemigo (en el que la unidad se ve trágicamente diezmada); y finalmente enviando al batallón a una misión suicida en la que, al regresar, es recibido por el fuego de ametralladoras de sus propios soldados. Sin quererlo, las órdenes de Stransky terminan haciendo relucir la valentía de Steiner (quien siendo ya poseedor de la Cruz de Hierro, es ascendido a sargento).

Hecatombe final
La guerra entre Stransky y Steiner tiene algunas treguas, como cuando Steiner ingresa en un hospital para heridos de guerra y es atendido por una servicial enfermera (Senta Berger) que también le proporciona placeres carnales largamente postergados. Pero el protagonista rehusa el pasaje a casa, prefiriendo regresar al frente de guerra y estar junto a sus soldados. Ahí es donde sigue Stransky, ya más desilusionado de la guerra, pero aún sediento de condecoraciones. Es el fin, y los rusos atacan sin piedad, de manera que el coronel sale a disparar rodeado de adolescentes que tienen más patriotismo que pericia bélica. Steiner, por su parte, le da una ametralladora a Stransky y se propone explicarle "cómo se consiguen las cruces de hierro", saliendo ambos oficiales a disparar en terreno infestado de soldados rusos. Es el fin para todos, la hecatombe, con Steiner vomitando su odio por la Guerra en sí, por los militares que se aprovechan de la misma y Stransky tratando a todas luces de ocultar su galopante cobardía.

Enlaces que no son
Fácilmente puede el lector imaginar que el enlace de estas dos películas, una épica, la otra bélica, subyace en que ambas nos ofrecen retratos de personajes heroicos, nos plantean grupos reducidos de soldados frente a una aventajada fuerza enemiga y una exaltación viril que deviene en cierto tipo de homosexualidad (latente en el caso de los espartanos y activa en el caso de los oficiales ayudantes de Stransky). Está bien, son enlaces válidos. Otro enlace posible podría provenir de esa estéril polémica sobre 300, que fue acusada de ser ideológicamente fascista y nazi por medios de prensa, especialmente aquellos amantes de lo políticamente correcto. Sin embargo, no vamos a perder tiempo en refutar porque Leónidas no representa ni a George W. Bush ni a Hitler y porque el hipertrofiado Jerjes (inspirado en la novela gráfica de Frank Miller) no implica ningún mensaje anti iraní.

Enlace
La cuestión que enlazará ambos felms presentados esta noche será, pues, otra bien distinta. En la antiguedad clásica, nuestro heroico Leónidas, que es el soberano de su reino, es también el más bravo guerrero y, por ende, encabeza sus tropas al momento de contener el enemigo o iniciar ataques. Es quien va a parlamentar con enemigos y termina cosido a flechazos, junto con sus hoplitas. Agregamos un dato histórico, que no figura en la película y que da una idea del espíritu de los espartanos. Solo dos guerreros sobrevivieron a la masacre: uno se suicida por la vergüenza que ello implica y el otro se redime más tarde muriendo en Platea. Esto nos da una idea del limitado aprecio por la vida del Ser Humano en el siglo V A.C. En 1943, en el punto culminante de la II Guerra Mundial, se produce otro choque entre una fuerza oriental y una occidental. Pero en esta oportunidad, las cuestiones anteriormente mencionadas han progresado de forma superlativa. Y veamos las diferencias: los comandantes supremos de las fuerzas armadas nazi (Hitler) y soviética (Stalin), están a cientos, incluso miles de kilómetros de distancia de las hostilidades. Ninguno de los dos se encuentra para parlamentar (eventualmente envían a sus ministros de asuntos exteriores), y ninguno de los dos planea arriesgarse en ningún acto heroico. Esto se extiende a los mariscales y generales, que también están a salvo. La guerra, como lo sabe en carne propia Steiner, la viven en carne propia los soldados, los cabos, los sargentos, incluso (como lo está por averiguar Stransky al finalizar la película) los capitanes. La mayoría solo desean que termine, para poder regresar a sus casas, a vivir en paz, con sus familias (o para formar nuevas). Un revés en la batalla hace que Jerjes ordene decapitar al general fracasado. Idéntico revés, durante el siglo XX, fuerza el reemplazo del general fracasado, no a su decapitación o ejecución. En las Termópilas el Rey es la carne de cañón de sus tropas. En el frente ruso, los líderes jerárquicos están tras las líneas, guarnecidos tal y como en Ajedrez el Rey. Observemos, por ende, cuánto ha avanzado, entre estas dos guerras (la Médica y la Mundial), el aprecio del Ser Humano por su propia vida y sea éste nuestro enlace de la noche.

Darío Lavia

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