miércoles, 13 de agosto de 2008

Sombras y La Sartén por el Mango

SCHATTEN - EINE NÄCHTLICHE HALLUZINATION (Sombras-1923) de Arthur Robison
LA SARTÉN POR EL MANGO (1972) de Manuel Antín *

La fiesta del Conde
En uno de esos caserones de la época del romanticismo en que nobles menores y burgueses trataban de imitar aquellos fastos de los nobles de pasadas centurias, se reúnen un matrimonio y un grupo de amigos. El Conde (Fritz Kortner) y su mujer (una ardorosa Ruth Weyher) reciben a cuatro amigos. Uno de los invitados (Gustav von Wangenheim) es en verdad amante de la condesa, así que durante la reunión, los amigos bromean entre ellos con respecto a la condesa y a la "cornamenta" del conde. Los puntos más atrevidos consisten en la mujer entregada a miradas subrepticias con su joven adonis o los amigos observando lascivamente a la mujer bailando. Pero el marido observa desde lejos o bien detrás de una puerta, y solo ve las sombras que ciertamente, se prestan a una confusión que poco a poco va encolerizándolo. En tal polvorín de pasión, llega un artista de feria (Alexander Granach) cuya especialidad son las sombras chinescas. Al igual que muchos otros trashumantes del cine, este mago posee un agudo sentido de la observación, y dos o tres semblanteadas le bastan para percibir una latente tragedia. Antes que pase en la realidad, el mago utiliza las sombras de invitados y anfitriones y las proyecta en una pantalla luminosa en que los protagonistas interpretan un drama encadenado con pasión, lujuria, violencia y muerte.

La fiesta de José
Adelantamos unas centurias y cruzamos el charco, para aterrizar en la Argentina de los '70. Un grupo de amigos se reúne en un departamento para llevar a cabo una "fiesta", es decir, un match ilícito con un cuarteto de prostitutas. Al principio, todo es jolgorio y buen humor, y la camaradería, la picardía criolla y las convenciones varoniles generan un clima ameno y gentil. Pero hay un incidente: una de las mujeres (Elizabeth Makar) se descompone y cae fulminada. A partir de ese imprevisto, la situación se tensa repentinamente y mientras las mujeres (dentro de un cuarto) evalúan que hacer con el cuerpo de la colega caída, los varones especulan como zafar del entuerto. Tres de los amigos, debido a sus compromisos previos, podrían verse altamente perjudicados en sus respectivas facetas familiares o profesionales, así que pretenden que José (Claudio García Satur), organizador de la velada, cargue con la responsabilidad de llamar a la ambulancia omitiendo la presencia de los demás. Cuando se sepa que no se trató de un accidente sino de un asesinato, la tensión irá in crescendo hacía un final con nervio y fuerza dramática.

Enlace
El cine nos ha mostrado en un sinfín de oportunidades aspectos diversos de la psicología del vencido. En este caso nos ofrece dos perlas de la psicología del perdedor (ya veremos como la enlazamos con la del vencido). Antes de seguir adelante, vamos a afirmar que el cine nos presenta a los perdedores de manera lo suficientemente simpática como para que sintamos mínima identificación con su causa. En el primer filme, un soberbio tour de force expresionista (sin diálogos, y con los decorados excéntricos siendo reemplazados por sombras), se nos presenta la figura de "el Conde", un tipo cuyo carácter romántico y apasionado se nos hace evidente al observar como dilata las fosas nasales al respirar y como revolea los globos oculares. Su vía crucis perdedor en verdad ocurre en la pantalla diabólica que el Mago proyecta, aún así lo tomamos por válido. Cuando es testigo a través de un espejo de la fuerza con que "el Amante" apreta su cuerpo con el de "la Condesa", sufre un golpe emocional que rápidamente remonta impartiendo órdenes a la servidumbre de repartir espadas entre todos los invitados. Habiendo maniatado a su esposa adúltera la inmoviliza en una mesa y obliga a punta de espada a que los cuatro huéspedes la traspasen con sus metales. Cuando el Conde es defenestrado por los involuntarios asesinos, la visión de su cuerpo inerme en el patio de su chateau se nos hace algo insatisfactoria, ya que motivaciones no le faltaban.

Ahora hablemos de "José", un joven argentino de principios de los '70 que confecciona un plan perfecto para tener, durante una noche al menos, "la sartén por el mango". La muerta, en este caso, es una de las prostitutas invitadas para amenizar una noche de hombres. Los amigos, nuevamente, serán los castigados, habiendo sido su afrenta la de ser igualmente mediocres que José, pero exitosos profesionales gracias a la hipocresía. Uno a uno los amigos intentan convecer a José de afrontar el crimen perpetrado, pero a medida que fracasan, van exponiendo sus historias y sus dramas. De los invitados, el más sano y simpático es Esteban (Alberto Argibay), pero ninguno logra redimirse de la acusación de José. Tal como el Conde, José termina en una denigración de idéntica fuerza autodestructiva.

Más allá del enlace por estructuras narrativas, un supraenlace válido (sujeto a cuestiones ligeramente ideológicas, por las que pedimos disculpas) consiste en que ambas películas combinan en la misma figura caracteres propios de un perdedor-agresor y del "vencido". Y es perfectamente natural percibir a la República de Weimar como una nación de "vencidos-perdedores" luego de la Gran Guerra, así como siendo argentino no es muy dificultoso rastrear rasgos psicológicos de vencidos en la Argentina posterior a 1955. Y de "vencidos" a "perdedores con motivos" tenemos un ligero y ambiguo paso de distancia. Y ambas naciones parirán más tarde "perdedores-vencidos con motivos" que generarán desastres de diversa magnitud... pero esa, diría Kipling, es otra historia.

Darío Lavia

Dedicado a García Satur y a Fritz Kortner, dos grandes.



* Creemos que no es un dato menor ya que servirá para empalmar con el enlace, así que de una obituaria de Javier Portales extractamos este pasaje: "También es el autor de La sartén por el mango, una obra que fue prohibida en junio de 1980 durante la última dictadura militar y que tuvo su versión cinematográfica con la realización de Manuel Antín".

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